Suárez y Panamá

La verdad sobre el despojo de Panamá

Una historia contada por Teresa Morales de Gómez 

En el 2005 cuando se conmemoraban los 150 años del nacimiento de don Marco Fidel Suárez, vine a Medellín para participar en los homenajes que se le rendían. Uno de esos actos consistió en una conferencia dictada por mí que se refería al Tratado Urrutia Thomson firmado por Colombia y los Estados Unidos para regularizar sus relaciones diplomáticas y comerciales.

Por las preguntas hechas por el público me di cuenta de que existía una grave confusión referente a las actuaciones de don Marco Fidel Suárez en los acontecimientos que condujeron a la separación de Panamá en 1903 y en aquellos que restablecieron los vínculos de amistad entre Colombia y los Estados Unidos de América en 1921. Esta percepción se vino a confirmar a través de conversaciones con algunos miembros de la colonia antioqueña en Bogotá.

Muy preocupada, escribí al gobierno municipal de Bello, solicitando una oportunidad para dirigirme a los jóvenes bellanitas y escribir algunos artículos periodísticos tendientes a esclarecer esta equivocación, pero desafortunadamente no obtuve respuesta.

En el día de hoy tengo una oportunidad extraordinaria para hablar a ustedes acerca del tema en cuestión y lo haré con el mayor gusto, pues es mi ambición más grande tratar de dejar en claro las ejecutorias de don Marco Fidel Suárez respecto a las relaciones con Panamá.

Para lograrlo tengo que referirme a dos momentos definitivos en la historia de Colombia, en los cuales Suárez tuvo una actuación preponderante. Están separados en el tiempo por más de veinte años, pero creo que, con su análisis y comprensión, sus actuaciones quedarán esclarecidas.el 

Marco Fidel Suárez. s.f. Recorte de Periódico s.t. ©TeresaMorales
Marco Fidel Suárez. s.f. Recorte de Periódico s.t. ©TeresaMorales

EL GOLPE DE ESTADO

El primer momento ocurre en 1900 cuando Suárez tiene cuarenta y cinco años, pero para su comprensión debemos remontarnos a una época muy anterior. En esos años la vida política colombiana era caótica. Después de 14 revoluciones generales y 10 locales, 300 000 colombianos murieron, la economía estaba arruinada y se habían sembrado odios, venganzas y resentimientos.

Simultáneamente se discutían en Francia, Estados Unidos y Colombia los asuntos referentes a la apertura del futuro canal de Panamá, una obra que afectaría la vida de la economía de esas tres naciones.

Ya desde 1898 el partido conservador se había dividido en dos tendencias que se han mantenido hasta este momento. La primera estaba dirigida por los seguidores del doctor Rafael Núñez y en ella figuraban Miguel Antonio Caro, Carlos Holguín, el general Rafael Reyes, Jorge Holguín, Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina. Se llamaban a sí mismos “nacionalistas”. La otra, los “históricos” reunía a los conservadores de ideas más progresistas, que cultivaban amistad con algunos miembros del partido liberal. Eran de centro derecha, se podría decir. Entre ellos figuraban ciudadanos de alto respeto como Carlos Martínez Silva, Miguel Abadía Méndez y José Vicente Concha. Por su parte, el partido liberal también estaba dividido entre guerreristas, afectos al general Rafael Uribe Uribe y pacifistas liderados por Aquileo Parra, jefe del Directorio Liberal.

Cuando el doctor Núñez, presidente de la república, decidió retirarse a su casa del Cabrero en Cartagena, lo reemplazó el vicepresidente don Miguel Antonio Caro, quién al decir de Núñez, era el hombre más inteligente y virtuoso de Colombia. Pero el señor Caro era también intransigente y llevado de su parecer y quería, a toda costa, llegar a la presidencia. Para no inhabilitarse hizo elegir presidente y vicepresidente a dos venerables ancianos llenos de merecimientos, pero que no estaban capacitados por su edad y su salud a dirigir los destinos del país en esa época turbulenta. Eran ellos Manuel Antonio Sanclemente como presidente y Manuel José Marroquín como vicepresidente. Sin embargo, así se hizo.

El presidente, doctor Sanclemente, era un hombre de altísimos méritos, con una trayectoria llena de servicios a su país, pero estaba muy anciano y enfermo y no podía subir a la sabana de Bogotá y gobernar desde la capital. Así que en los primeros días de su mandato fue reemplazado por el vicepresidente. Como la situación era en extremo irregular, el señor Caro obligó, se puede decir, a Sanclemente a venir a Bogotá y posesionarse ante la Corte Suprema de Justicia, ya que el Congreso había deicidio no posesionarlo.

Los problemas de salud de Sanclemente subsistían, por lo que tuvo que instalar su gobierno en Anapoima donde el clima le era más favorable. Sobra decir que la desorganización administrativa era indescriptible, pues se gobernaba desde un pueblito, lejos de la capital, en una época en la que las comunicaciones eran muy deficientes. Entre los miembros del gobierno del señor Sanclemente estaba Marco Fidel Suárez en calidad de Ministro de Instrucción Pública, más adelante encargado de Hacienda.

El 31 de Julio de 1900, el vicepresidente José Manuel Marroquín da un golpe de estado y depone al presidente apoyado por el grupo de los conservadores “históricos”. En ese momento crítico en la historia de nuestro país, Marco Fidel Suárez escribe su famosa Protesta, misma que ha sido considerada como uno de los textos más lúcidos e inteligentes que salieron de su pluma. Dice así:

El infrascrito, Ministro de Instrucción Pública, encargado del despacho de Hacienda, consigna en este libro una protesta formal contra el atentado que, según es notorio, cometieron anoche varios individuos armados y el señor José Manuel Marroquín, usurpando la primera magistratura del Estado y desconociendo al excelentísimo doctor Manuel Antonio Sanclemente, quién desde el 3 de noviembre de 1898 se hallaba ejerciendo constitucional y legalmente dicho cargo.

Y termina su larga requisitoria diciendo:

No pudiendo consular esta protesta con el excelentísimo señor presidente ni con mis colegas, veme obligado a formularla solo, lo cual hago, no para solemnizar el papel de víctima ni para levantar la opinión en contra del atentado de anoche, ni para hacer mal a persona alguna, sino porque creo que un deber inexcusable me obliga a levantar mi voz, aunque sea débil, contra la interrupción del régimen constitucional y contra el desconocimiento del gobierno.

Marco Fidel Suárez, 31 de julio de 1900

Márquese bien esta fecha, pues en ese punto y hora don Marco Fidel Suárez abandona el servicio público y se retira a su hogar donde lo esperaban su joven esposa Isabel Orrantia y sus hijitos, María Antonia, nacida en 1896 y Gabriel, nacido en 1899. Suárez solamente volvería a la vida pública muchos años después.

Durante esos años de retiro sucedieron muchas cosas, entre ellas: la sangrienta guerra de los mil días y la pérdida de Panamá. Tales acontecimientos, en los cuales don Marco Fidel no tuvo ninguna participación, deben ser vistos separadamente.

LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS

Con la Constitución de 1863, influenciada por las constituciones federalistas, se ensayó en el país un sistema de gobierno de grandes libertades, no siempre bien digeridas por la mentalidad algo simplista e ingenua de los colombianos de esa época. Cada Estado Soberano tenía su ejército, su constitución y sus armas, con los cuales invadía y guerreaba con el Estado Soberano que le quedara más cerca. Todos los artículos de la Constitución del 63 estaban pensados de la manera más civilizada e inteligente, aunque en la práctica solo condujeron a la anarquía. El exceso de las libertades individuales y la falta de control por parte del estado trajeron el caos y el desorden.

Al llegar al poder el partido nacional, presidido por Rafael Núñez, las circunstancias se fueron al extremo contrario. Las libertades desaparecieron y se estableció un clima de represión y castigo. Los liberales se enardecieron y organizaron la revolución de 1885, en la que fueron derrotados. Inmediatamente Núñez convocó una Asamblea de delegatarios, dos para cada uno de los nueve Estados y los conminó para que redactaran una nueva Constitución. Así nació la Constitución de 1886 que ordenó nuestras instituciones hasta 1991.

Esta nueva Constitución dio al presidente de la república amplias facultades políticas, redujo las funciones del Congreso, convirtió la rama judicial en un apéndice del poder ejecutivo, consagró la pena de muerte, decretó la confiscación y el destierro para ciertos delitos y arregló las relaciones entre la Iglesia y el Estado, para gran satisfacción del partido conservador. Con esta Constitución, el gobierno de Núñez, que era realmente del vicepresidente Caro, limitó las libertades del partido liberal hasta el extremo; tanto, que solamente tenían un representante en la Cámara y ninguno en el Senado. Se pensó entonces en hacer algunas reformas que aliviaran un poco el agobiante clima represivo, pero el gobierno no accedió a ninguna de ellas, por lo que los liberales apelaron, una vez más, al trágico y estéril recurso de las armas. Así empezó la guerra, que habría de durar tres años.

Sin detenerme en los detalles de esta guerra desoladora, quiero recordar una batalla en particular, una que ha sido para mí el ejemplo estremecedor de la violencia unida a la estupidez; se trata de la batalla de Palonegro.

Son 7000 liberales contra 18000 conservadores que se encarnizan en una batalla que no termina sino con la muerte de casi todos ellos. Batallaron durante 15 días, de día y de noche, lucharon con palos y machetes cuando se acabaron las balas; sin tregua, casi sin tiempo para socorrer a los heridos ni enterrar a los muertos en el campo empapado en sangre. Dicen que se oían los gritos de los soldados exhaustos pidiendo que los mataran de una vez, ya, para acabar esa tragedia infernal. Al final, cuando por fin se separaron, el ejército vencedor, si así puede llamarse, no tenía fuerzas ni para perseguir al enemigo y lo deja partir en desbandada.

Marco Fidel Suárez. s.f. Colección Particular. ©TeresaMorales
Marco Fidel Suárez. s.f. Colección Particular. ©TeresaMorales

Después de la batalla de Palonegro, el general liberal Benjamín Herrera logra adquirir un barco que bautiza con el nombre de “Almirante Padilla”, con el que se dirige a las costas del pacífico. Llega al Estado de Panamá donde triunfa contra el general Carlos Albán. En el istmo cosecha triunfos cada vez más resonantes. No obstante, cuando Herrera y sus generales se aprestan para toma la ciudad de Panamá, son detenidos por los cañones de los buques norteamericanos. El vicepresidente Marroquín ha pedido socorro al gobierno norteamericano, apoyándose en el Tratado de 1846, y los marines han desembarcado sin problemas en territorio colombiano. Por su parte, los generales liberales que han conducido la guerra durante tres años se sienten al final de sus fuerzas y deben claudicar. Uribe Uribe llega a San Juan del Cesar donde acepta el tratado de paz que le propone el general Juan B. Tobar, que se suscribe a la hacienda Neerlandia el 24 de octubre de 1902. Entre tanto, el otro frente liberal, en manos de Benjamín Herrera, también debe aceptar la derrota. El final de estas circunstancias tuvo lugar a bordo del buque Wisconsin, con la firma del tratado de paz el 21 de noviembre de 1902.

El país quedó totalmente arruinado. Casi todos los jóvenes campesinos habían muerto. No había caminos, ni sembrados y tampoco hatos. Un clima de desolación y pesimismo ensombreció los ánimos de vencedores y vencidos. Y como los males siempre llegan en legión, al año siguiente se produce la separación de Panamá, con el apoyo y ayuda de los Estados Unidos. El presidente Rooselvelt ya había empezado a soñar su hazaña de partir el istmo en dos y construir el Canal.

PANAMÁ

Esta crónica inicia la pérdida de Panamá a partir de la firma del tratado de 1846 entre Colombia y los Estados Unidos. Firmado por los dos cancilleres, Manuel María Mallarino por Colombia y Benjamín J.A. Bidlack, por los Estados Unidos.  Inglaterra tenía altas ambiciones para apoderarse de cierta parte del Caribe, de manera que Colombia, asustada, resolvió recurrir a la ayuda de los Estados Unidos para defender su soberanía; como quien dice amarrada al perro con la longaniza.

En el artículo 35 del tratado de 1846, Colombia otorgaba a los Estados Unidos toda clase de ventajas en puertos y ensenadas, además de grandes facilidades y privilegios en cuanto a navegación y comercio. A cambio, los Estados Unidos se comprometían a mantener la neutralidad en el Istmo de Panamá y a garantizar la soberanía colombiana. La firma de este tratado coincidió con el descubrimiento de las minas de oro en el oeste norteamericano, con la siguiente avalancha de buscadores de fortuna. El tratado le ofrecía a los Estados Unidos ventajas inmensas, entre otras cosas, era una amable invitación a los marines para que desembarcaran en nuestras costas como de hecho lo hicieron en ocho oportunidades desde 1856 hasta 1901. Pero, siendo justos, algunas veces venían porque el gobierno colombiano los llamaba con urgencia.

Colombia pude sentirse algo más segura cuando se firmó el tratado Clayton-Bulwer en 1850, entre Inglaterra y Estados Unidos. Con este convenio las potencias se controlaban mutuamente y eso, de alguna manera, daba un respiro de tranquilidad a los colombianos. Ambas partes de comprometían a no ejercer ningún predominio, ni a fortificar las costas de Mosquitia, Costa Rica o Nicaragua. Antes esta inesperada limitación, Inglaterra abandonó sus pretensiones en la región y obligó a los Estados Unidos a prometer que no construiría el canal para su solo beneficio.

EL FERROCARRIL

Inicialmente, el tránsito de un mar a otro se hacía por el río Chagres y se complementaba con caminos y trochas de un peligro y una incomodidad aterradores. Por esta razón, la construcción del ferrocarril se hacía indispensable; así que el gobierno del general Mosquera dio la concesión a un grupo de norteamericanos.

Los trabajos se iniciaron con entusiasmo pese a que las condiciones no podían ser más espantosas. Llovía continuamente, la selva estaba plagada de animales feroces y nubes de mosquitos cebaban en los trabajadores, quienes morían en cantidades alarmantes. Se ha dicho que hay un hombre enterrado debajo de cada traviesa del ferrocarril. Quién sabe… Lo que sí se sabe es que murieron muchísimos hombres y que la idea de traer chinos de Cantón para ayudar no pudo ser más equivocada. Esos pobres infelices no podían ni suicidarse, se sentaban en la playa hasta ser arrastrados por la marea, se ahorcaban con su propio pelo, se degollaban entre ellos. Pero a pesar de todo, la obra colosal se terminó en el plazo previstos y funcionó con gran éxito hasta que fue comprada por la Compañía Universal del Canal.

EL CANAL

La apertura de un canal que uniera el océano Atlántico y el Pacífico estuvo siempre en la mente de los gobernantes de la región. En 1797, don Francisco de Miranda mencionó la posibilidad de abrir un canal por Nicaragua, incluso el libertador Simón Bolívar envió un agente a Londres para interesar a comerciantes y capitalistas. Sin embargo, el proyecto no se realizó en ese entonces.

En el siglo XIX, Colombia otorgó seis concesiones a empresarios de diferentes países sin éxito alguno. Los Estados Unidos también entraron en discusiones y en 1869 se discutieron algunos proyectos, no obstante, las diferencias de criterios entre los dos países no permitieron llegar a ningún acuerdo.

Entonces Colombia puso los ojos en la república francesa, donde todavía se hablaba de la hazaña extraordinaria de la apertura del Canal del Suez, cuyo gran héroe era Ferdinand de Lesseps, quien había logrado un éxito admirado por el mundo entero. Cuando se le propuso hacer lo mismo en el Istmo de Panamá, el gran ingeniero aceptó y apoyado por el pueblo francés formó la Compañía Universal del Canal Interoceánico, mediante la suscripción de acciones de europeos y americanos, pero sobre todo de franceses de clase popular que querían repetir las ganancias obtenidas en el proyecto del Suez.

Entusiasmado y optimista, De Lesseps informa que el canal se construirá sin exclusas, y que su costo será de 1200 millones de francos. Así se empieza a excavar en 1881, pero pronto se evidencia que toda la empresa ha sido absurdamente planeada. Ninguno de los ingenieros constructores conocía las condiciones climáticas de Panamá, las dificultades para la excavación y, mucho menos, la amenaza de la fiebre amarilla que mataba a la gente un día para otro y no solo a los trabajadores, sino también a los más esclarecidos ingenieros y oficinistas.

De Lesseps había conocido la región en días de verano y se había maravillado con la exuberancia de la selva. Sin embargo, su mirada era ingenua, veía lo que quería ver y se imaginaba repitiendo sus hazañas cuando construía el Suez. No se daba cuenta que una cosa es luchar contra la arena del desierto, por seca y ardiente que sea, y otra es la lucha contra la maleza de una selva tropical que todo lo invade, además de la lluvia constante que desbarata en una noche lo que ha costado meses construir y, sobre todo, la mortandad de todos aquellos que se atrevían a desafiar ese lugar que parecía maldito.

Agréguese a estas circunstancias el problema financiero. Las acusaciones de despilfarro y malversación de fondos, los gastos en propaganda para contradecir las acusaciones, el fracaso en la consecución de fondos y, más aún, la terquedad de Lesseps en el diseño del canal. Como sabían todos los ingenieros, la gran dificultad residía en la diferencia de altura entre los dos océanos que exigía unos cálculos muy precisos para hacer unas exclusas funcionales. De Lesseps había pensado en hacerlo a nivel desde el comienzo y no quiso cambiar de parecer, obstinación que fue la causa de muchos atrasos y percances.

Cuando se supo en Francia que la Compañía estaba al borde de la quiebra, el escándalo fue monumental. Muchos ciudadanos franceses habían adquirido acciones de la Compañía con ahorros que ahora veían desvanecer. Así que en marzo de 1889 se decreta la disolución y liquidación de la Compañía Universal. Sin embargo, los franceses logran conseguir el capital suficiente y forman la Nueva Compañía del Canal, que negociaría con Colombia y con los Estados Unidos. La quiebra de la Compañía Universal del Canal era un problema gravísimo para Colombia que, al ver las obras de “la zanja” interrumpidas y a los franceses en retirada, creyó que lo más prudente era prorrogar la concesión por diez años más. Error fatal.

Mientras tanto, los Estados Unidos ya habían iniciado su política expansionista y estaban listos para entrar en el juego. En 1898, obtuvieron la victoria sobre España en la guerra por Cuba y a raíz de ese triunfo habían adquirido las Filipinas y la isla de Puerto Rico. Era el momento de abrogar el tratado Clayton-Bulwer con los ingleses y deshacerse de ellos de una vez por todas. Inglaterra no podía luchar contra los Estados Unidos pues necesitaba su ayuda en la Guerra de los Boers, así que firmó los Tratados Hay-Pauncefote, los cuales permitían a los Estados Unidos construir solos el canal, pero les exigía respetar las condiciones de uso establecidas en los protocolos del Canal de Suez. El Canal sería pues neutral y los Estados Unidos tendrían la facultad de fortificarlo y defenderlo. Una vez libres de sus compromisos, los ingleses compraron la franquicia otorgada por Colombia a la Nueva Compañía, además de toda la chatarra que había dejado la fenecida Compañía Universal. Entre tanto Colombia, en manos del señor Marroquín quien actuaba como presidente de la república, iba de tragedia en tragedia.

Es preciso aclarar que, en este momento de Colombia, el presidente de la república era José Manuel Marroquín. Don Marco Fidel Suárez no tenía absolutamente nada que ver en su gobierno. Es más, a causa de los vejámenes a que había sometido a su gran amigo el doctor Sanclemente, Suárez rechazaba enérgicamente las ejecutorias del vicepresidente Marroquín. Eran contrarios en todo. No podría decirse que enemigos, pero sí antagonistas.

El señor Marroquín había mandado a Washington a don Carlos Martínez Silva, uno de sus cómplices en el golpe de Estado del 31 de julio de 1900, para que defendiera la ruta por Panamá, confrontándola a la proyectada por Nicaragua. Las instrucciones que enviaba Marroquín, si las enviaba, eran atrasadas, contradictorias y disparatadas. Martínez Silva le contestaba con cartas incómodas y severas. Entonces Marroquín, muy molesto, envío como su nuevo ministro al doctor José Vicente Concha, otro de los golpistas, para que reemplazara a Martínez Silva en la tarea encomendada. El doctor Concha era una gran patriota, pero no hablaba inglés. Semejante encargo, semejantes problemas, semejantes interlocutores y el representante de Colombia no sabía hablar el idioma.

La situación en Washington era extremadamente difícil, pues Marroquín cambiaba de parecer continuamente, pidiendo más y más dinero pues lo necesitaba para la guerra, naturalmente. Además, las comunicaciones con Bogotá eran lentas y trabajosas, tanto que se llegó a pensar en un boicot de los norteamericanos.

Cuando en el otoño de 1902 Concha se enteró de que los marines habían desembarcado en Panamá, consideró este hecho como una grave lesión a la dignidad de su patria, abandonó el cargo dejándolo en manos del secretario de la Misión y se devolvió para Colombia.

EL TRATADO HERRAN-HAY

El secretario don Tomás Herrán, encargado sorpresivamente del asunto y apremiado por el Secretario de Estado, John Hay, firmó el tratado que lleva su nombre el 23 de enero de 1903. Como era de suponerse, en los Estados Unidos fue aprobado sin modificaciones el 17 de marzo. En Colombia, las cosas no iban a ser tan fáciles pues en el Senado las pugnas políticas eran atroces y las diferencias de opinión sobre Panamá eran apasionadas. Después de largas y angustiosas deliberaciones, el 12 de agosto de 1903, el Senado colombiano negó la aprobación al tratado que permitía a los Estados Unidos construir un canal interoceánico por su territorio.

Desde ese momento, los Estados Unidos resolvieron que debían apropiarse del Istmo de todas maneras, por otra parte, los panameños, frustrados por la negativa del gobierno de Marroquín a aceptar algo que para ellos era de vital importancia, empezaron a fomentar el espíritu separatista, circunstancia que no podía ser mejor para los planes estadounidenses. De esa manera no tenían, sino que estimular esos sentimientos rebeldes, lograr la independencia del Estado de Panamá, convertido en república independiente y negociar con ella.

Los detalles de la revolución panameña parecen un sainete. Es increíble la ingenuidad de los militares colombianos, que se dejan separar de su tropa, la corrupción de los mandos medios que se dejan comprar por cualquier cosa, la cobardía de los marinos colombianos que hubieran podido tener un mínimo de lealtad para defender la honra de su patria. Es un recuerdo bochornoso.

Thomás Herrán y John M. Hay. (De Wikipedia)
Thomás Herrán y John M. Hay. (De Wikipedia)

La presencia de un barco norteamericano anclado en la bahía, con los cañones apuntando a tierra desanimó cualquiera asomo de valor que hubiera podido surgir. Se anunció que 8 buques se dirigían a Panamá para ayudar a los rebeldes. Y ese fue el momento que escogió el general Huertas, jefe de las tropas colombianas de guarnición en Panamá para arrestar a sus compañeros de armas colombianos que habían llegado al istmo a defender la soberanía. Por esta traición el “mocho” Huertas recibió 25000 dólares. La noticia del arresto de los generales colombianos fue la señal para que el pueblo panameño saliera a las calles a celebrar el triunfo de la revolución. El 6 de noviembre se firmó el acta de independencia y 48 horas más tarde los Estados Unidos reconocieron la república recién nacida. Solamente la república del Ecuador alzó su voz de protesta. Pero fue la única.

Esta es una historia muy triste y melancólica, que vino a sumarse a la serie de tragedias que ensombrecían el cielo colombiano. Las guerras, la miseria, el golpe de Estado y ahora la pérdida de una parte de su territorio. Don Marco Fidel Suárez, el patriota ferviente era testigo de esos años sombríos, pero los miraba de muy lejos. Por eso es imposible e inadmisible que se atribuya a su espíritu altísimo y a sus ejecutorias transparentes la más mínima participación en esos hechos lamentables.

EL TRATADO URRUTIA-THOMSON

Pasaron muchos años y encontramos a Marco Fidel Suárez presidente de la república. Corre el año 1921. Suárez había sido canciller durante el gobierno del doctor José Vicente Concha y había logrado mantener a Colombia neutral durante la primera guerra mundial, a pesar de las feroces presiones tanto de aliados como de los alemanes. En ese tiempo escribió una de sus páginas más influyentes, acerca de la neutralidad de los pueblos, texto que es imprescindible para los estudiantes de derecho internacional.

En 1914, el presidente republicano, don Carlos E. Restrepo, otro antioqueño, decidió que era tiempo de que Colombia pensara en la reanudación de relaciones con los Estados Unidos. Así que convocó a una comisión asesora para que redactara un proyecto de tratado que diera las bases para iniciar la discusión. Entre los miembros de la Comisión figuraban Marco Fidel Suárez, Nicolás Esguerra, Rafael Uribe Uribe, José María González Valencia y Antonio José Uribe.

Las peticiones de Colombia para empezar a discutir eran las siguientes:

1ra. Reparación Moral: una manifestación hecha por los Estados Unidos de su sincero pesar por los hechos ocurridos en Panamá y su consecuente pérdida.

2da. Reparación Material: pago de 30 millones de dólares de una sola vez y anualidades de 250000 pesos durante cien años.

3ra. Reconocimiento de la independencia de Panamá sobre las bases de los límites señalados por la Ley granadina de 1855.

4ta. Algunos privilegios en el uso del canal.

El presidente Restrepo convocó al Congreso a sesiones extraordinarias para que se expidiera esa Ley aprobatoria que por necesaria no era menos dolorosa. El Tratado Urrutia-Thomson fue aprobado el 9 de julio de 1914. Ahora debía ser discutido por el congreso americano. Si era ratificado, volvería a Colombia, pero no lo fue, en cambio los Estados Unidos presentaron una serie de modificaciones.

Transcurrieron los años. Todavía en 1917 el tratado seguía inmóvil en el Senado de los Estados Unidos, pues los senadores republicanos lo habían impugnado en su totalidad. Sin embargo, en 1918 se logró un entendimiento con los senadores republicanos, así que el Departamento de Estado envío a Colombia al ministro Hoffman Philip quién traía en su valija las modificaciones que los Estados Unidos pretendían hacer al texto. Eran 12 y en ellas el principal escollo era la supresión del Artículo I que exigía una disculpa de los Estados Unidos, verbalizada con la expresión “Sincere regret”, que traducido significaba “Sincero pesar”. Además, había reparos al Artículo IV, que regulaba el paso por el canal de las tropas, buques y pertrechos de guerra colombianos. Respecto a la primera, el gobierno colombiano, consciente de que esto implicaba una acusación al partido republicano, justificó su aceptación diciendo que había frases y hechos que suplían con creces el término rechazado. En cuanto al Artículo IV, después de muchas discusiones, Colombia aceptó que esta cláusula se refería a la exención de impuestos que la cláusula primitiva estipulaba a favor de las tropas, buques y pertrechos de guerra en caso de conflictos entre Colombia y otra nación, y no a suprimir o restringir sus derechos.

La crisis económica de 1920-1921, que afectó a todo el mundo, en Colombia tuvo caracteres dramáticos. Además del cierre de las importaciones, el alza del dólar y la caída de los precios del café se había encendido una tremenda crisis política por la cercanía de las elecciones presidenciales y la división del partido de gobierno. No se pagaba a los empleados públicos, al ejército ni a la policía; tampoco a los jueces ni a los maestros. No se podían sostener las cárceles ni los lazaretos. El gobierno no podía pagar sus deudas ni afrontar el manejo de los crecientes problemas sindicales heredados de la revolución bolchevique. Y en medio de esta hecatombe, los colombianos antitratadistas se oponían a la aceptación de los 25 millones de dólares de la indemnización.

La razón por la cual se oponían a dicha aceptación era porque esos 25 millones de dólares no vendrían solos y sin consecuencias. Su llegada traería el despegue económico del país que podría ordenar sus finanzas, emprender las obras públicas de mucha urgencia e impulsar comunicaciones e industrias. Por lo tanto, el gobierno que los recibiera podría, por fin, sacar al país de la ineficiencia, el desorden y el atraso. Al año siguiente se elegiría al presidente, además de concejales, diputados y parlamentarios; por lo tanto, desde principios de 1921 empezó la agitación alrededor de las candidaturas. Se peleaba no solo por el poder sino por el dinero de la indemnización y las ventajas que traería consigo.

El 26 de octubre, el representante Laureano Gómez acusó al presidente Suárez de vender suelos y pedir dinero prestado. Inmediatamente se nombró la comisión que habría de acusarlo. Al otro día Suárez subió al estrado para defenderse diciendo que no creía que hubiera actuado de manera incorrecta. Pero la gritería y el escándalo en el recinto no le permitieron hablar. Suárez comprendió que su presencia en el gobierno constituía un obstáculo para la aprobación del tratado. Al estar convencido firmemente de la necesidad de reanudar las relaciones con los Estados Unidos, prefirió abandonar la presidencia. No obstante, como la acusación y su retiro están muy cercanos en el tiempo, quedó la impresión de que la acusación había sido la causa y el retiro su efecto.

Siete días más tarde, Suárez recibió la visita de los personajes que traían consigo la solución a los problemas del tratado y la sucesión presidencial. Se proponía que el presidente Suárez se retirara del poder, no que renunciara, a cambio de ciertas condiciones que especificaban lo siguiente:

1ra. Se hará elección de Designados para ejercer el poder ejecutivo y ella recaerá en personas que se señalarán de acuerdo con la opinión del presidente.

2da. El gobierno decretará una prórroga del Congreso para que se ocupe de los asuntos que él recomiende.

3ra. Una vez hecha la elección de Designados, no habrá inconveniente para que el actual jefe del poder ejecutivo se separe, dejando encargado al Designado.

4ta. La Cámara pondrá todo su empeño para que el proyecto de Ley sobre el Tratado con los Estados Unidos sea considerado y resuelto definitivamente en las actuales sesiones, en el menor tiempo posible.

John Milton Hay y Lord Pauncefote.

Una vez planteadas las condiciones, fue elegido Primer Designado el general Jorge Holguín, quién después de muchas discusiones informó cual sería la conformación de su gabinete y ofreció los nombramientos a los diferentes grupos políticos. Pero estos no lograron ponerse de acuerdo, el general Holguín perdió la paciencia y nombró un gabinete a su gusto. Al llegar el general Benjamín Herrera a Bogotá, Holguín logró que levantara la prohibición a los liberales de participar en su gobierno y se nombró a Enrique Olaya Herrera como Canciller con el encargo específico de defender el Tratado. Las discusiones en el Senado norteamericano fueron muy largas y vehementes. Por fin el 29 de abril el Secretario de Estado, Charles Hughes envió una copia de la Resolución por la cual el senado de su país daba el “Advise and Consent” a la aprobación del Tratado Urrutia-Thomson.

En Colombia, los debates contra el gobierno se iniciaron en la Cámara simultáneamente con las discusiones sobre el tratado. Ahora, frente a su defensa estaba Enrique Olaya Herrera, quién era un gran parlamentario. Así que el 22 de diciembre de 1921, la Cámara de Representantes aprobó el Tratado con sus modificaciones. Con esta aprobación, el deseo de Suárez de lograr la amistad con los Estados Unidos se había hecho realidad. Entendía, como él mismo lo dice, que Colombia no podía declararse ajena a la influencia de la potencia más grande del mundo.

He aquí las palabras que escribió Marco Fidel Suárez en sus maravillosos “Sueños de Luciano Pulgar”:

Establecida por causas irremediables una demora de 16 años, perjudicial a los intereses de la nación y peligrosa para su porvenir, la norma no podía ser dormir sino obrar, estorbar sino despejar. Las pruebas de amistad provenientes del partido y del gobierno del presidente Wilson hubieron de modificar la parte sentimental del asunto, reemplazando la aversión política por la amistad nacional. Por esto el mismo individuo de quien venía yo hablando se atrevió a decir que si algún día hubiera de cifrar Colombia en una letra la sustancia de su política exterior, ese lema debería ser Respice Polum, aludiendo a la atracción que los Estados Unidos tienen que ejercer sobre nuestro pueblo en razón de las masas y de las distancias.

Tal concepto, evidentemente fundado, fue ocasión de una de las arremetidas más fieras de la Euménides. Así mismo, cuando ese magistrado se convenció de que, si las modificaciones propuestas por los Estados Unidos al tratado de 1914 no se aceptaban, se perdería la ocasión de concluir este negocio del mejor modo posible, no vaciló en aceptar constitucionalmente las reformas y en echar sobre sí la responsabilidad de modo legal, porque de otro modo, el negocio por lo menos alargaría los años de discusiones y controversias. Entonces, al dar este paso, escribió en un librito: “Ocurriendo frecuentemente en el gobierno el evitar un mal mayor con un mal menor, este queda visible y permanente, aquel queda invisible y en la nada. De esta manera la historia será siempre adversa al abnegado, y solo Dios en su tribunal tendrá presente su intención.”

A este punto podemos decir que lo único que tienen en común estos dos momentos de la historia de Colombia es que ambos tienen que ver con Panamá. Su pérdida en 1903 fue una tragedia que Suárez solo pudo observar desde su vida privada, viendo como sus adversarios llevaban al país por el camino que condujo a la fragmentación de la república. Estando en el poder en el año 1921, él tuvo la valentía, la generosidad y la nobleza de renunciar a éste para que Colombia pudiera arreglar su situación internacional y llegar a ser una nación moderna, próspera y pujante.

Con los 25 millones de dólares de la indemnización, Colombia logró crear el Banco de la República y de esa manera, consiguió ordenar sus finanzas que eran caóticas. Entonces se abrieron carreteras, se impulsaron los ferrocarriles, se estimularon las inversiones extranjeras, de modo que Colombia pasó de ser una república aldeana torturada por las guerras civiles a ser una nación pujante progresista. Lo paradójico es que Suárez, que era el epígono de una corriente de pensamiento iniciada con Núñez, fue la persona precisa que permitió la apertura de Colombia hacia el siglo XX. Suárez entendió que la promesa hecha a los Estados Unidos de que el “gobierno de Colombia haría todo lo posible para lograr la aprobación del Tratado” lo comprometía a él personalmente. Entonces, si su separación contribuía (o era la condición) para que el Tratado fuera aprobado y se normalizaran las relaciones con ese país, él se haría a un lado del conflicto.

Efectivamente, Suárez hizo todo lo que estaba en su poder. En el lenguaje vago de la diplomacia, esa promesa se había tomado literalmente. No estaba permitida ninguna ambigüedad. Suárez aceptó separarse, aun cuando la coincidencia de la acusación y los debates sobre el Tratado hacían confundir una cosa con la otra.

Casi 20 años habían pasado desde el día del despojo de Panamá, el Tratado de 1914 había ido y venido. Sus palabras se habían analizado y examinado con extrema atención. Había sido enarbolado como bandera de la política local y como estandarte de una nación cuya dignidad había sido atropellada. Se había usado como arma y como escudo y no siempre por las manos más puras y honestas. Pero intuimos que después de tantos tropiezos y accidentes, su mayor partidario, don Marco Fidel Suárez, autor de sus primeros artículos y que se había sacrificado para llevarlo a buen término, por fin descansaba tranquilo al ver que sus esfuerzos no habían sido en vano.

Espero que este recuerdo haya disipado la confusión entre los dos momentos en que Panamá fue determinante en nuestra historia. Y que la figura de don Marco Fidel Suárez quede en la memoria de ustedes como el patriota impecable, como el más puro y honesto gobernante, perdido en la selva de la política, que no era su mundo y que abandonó para volver a sus libros y sus escritos que lo llevaron a la gloria.