La Política Colombiana cuando Marco Fidel Suárez llega a Bogotá
Cuando Marco Fidel Suárez llega a Bogotá en un “frío agosto” de 1880 encuentra situaciones críticas en todos los ámbitos. Rafael Núñez acaba de posesionarse de la presidencia después de un acre forcejeo por el poder. Su mandato significa una revolución en la política, en la economía, en la visión del papel del Estado y en las relaciones con la Iglesia. Se trata de una nueva y escandalosa manera de manejar los destinos del país.
Los temas políticos y económicos, unidos estrechamente, ocupan la atención del público, que observa con pasión las jugadas y maniobras de los contrincantes, sean radicales, independientes o conservadores; comerciantes, exportadores, artesanos, obispos o militares.
Es pertinente hacer aquí un recuento de los antecedentes de la Regeneración, redactada por un radical muy notable, don Aníbal Galindo (1900). Dice así en sus “Recuerdos Históricos”:
La reacción, dentro de las mismas filas liberales contra las faltas de radicalismo, calificado de oligarquía, era ya formidable en 1875. Separándose de él, para formar partido Independiente, hombres como los señores Zaldúa, Eustorgio Salgar, Carlos Martín, Camacho Roldán, Teodoro Valenzuela, Pablo Arosemena, Antonio Ferro, Santodomingo Vila y muchos otros de grande, aunque de menor importancia, que adoptaron para combatir la candidatura del doctor Rafael Núñez, uno de los más brillantes talentos de la constelación liberal y de los más fecundos servidores de su causa desde 1849:-estadista, poeta, escritor de primer orden; pero en quién nadie sospechaba las poderosas condiciones y dotes de caudillo, desplegadas después de la conducción del movimiento político iniciado, organizado y consumado por él en 1885, bajo el nombre de la Regeneración, contra el cual se han estrellado tres poderosas revoluciones del partido liberal para destruirlo. (p.194)
En 1875, siendo presidente don Santiago Pérez, algunos de sus copartidarios, entre ellos Salvador Camacho Roldán, Teodoro Valenzuela y Pablo Arosemena, que no están de acuerdo con su política, llaman a don Rafael Núñez, que ha estado ausente del país durante diez años, para que se ponga al frente del liberalismo. Creen que su nombre no despertará resistencias, pero se equivocan: el Olimpo Radical se sobresalta grandemente.
La figura de Núñez es muy perturbadora: de gran poder intelectual y encanto personal, se ha rodeado de un halo de misterio que lo hace aún interesante. Sus dotes de poeta, muy discutibles para algunos, le permiten, sin embargo, hablar de literatura con gramáticos y filólogos; sus viajes discutir de economía e historia, y sus extensas lecturas escribir sobre política y filosofía. Desdeña las convenciones sociales, pero simultáneamente maneja con elegancia los salones del gran mundo.
Su vida ha sido estudiada hasta el más mínimo detalle: se ha escrito en su favor y en su contra casi siempre con pasión. Pero cualquier interesado en la historia de su época se tropezará indefectiblemente con sus sentencias precisas, tajantes, inapelables; sus frases que aprisionan el drama del instante y que señalan sin vacilación el derrotero de la nueva república.
Núñez se posesiona el 8 de abril de 1880 en el Salón de Granados, el recinto público más importante de esa época. Su discurso de posesión es un programa de gobierno y simultáneamente una visión apocalíptica pero real de la situación del país. El programa, sumamente innovador, se compromete a solucionar las graves crisis política y económica.
Núñez está firmemente convencido de la necesidad de fortalecer al Gobierno Central disminuido por la Constitución Federal de 1863. Destruye teorías que hasta ese momento eran la “verdad revelada”: al laissez-faire[1] opone el proteccionismo; a la libertad de emisión la creación de un Banco Nacional y el monopolio estatal para la emisión de moneda; a la noción de que Colombia es por fuerza un país agrícola, el anuncio de que fomentará la industrialización. Cree que solamente a través de un ordenamiento de sus finanzas, el país podrá salir del atraso en que se encuentra: es la modernización de la economía a costa de las teorías radicales que considera obsoletas.
El primer gabinete ministerial de Núñez es liberal con la sola excepción de Gregorio Obregón, figura conservadora, nombrado Secretario de Fomento.
A los dos días de la posesión, el 10 de abril, el arzobispo primado, excelentísimo señor Vicente Arbeláez, presenta su saludo protocolario. La entrevista, cuyo texto aparece en el Diario Oficial (cfr) significa un acercamiento entre la Iglesia y el Estado, una declaración franca de las intenciones de Núñez y la promesa de que se ocupará de la reconciliación de las dos potestades.
Para poner en práctica las ideas ya expresadas, funda el Banco Nacional, impone el papel moneda de curso forzoso, toma medidas proteccionistas fijando impuestos a las importaciones y estimulando las producciones nacionales, aumenta el presupuesto para obras públicas y fomento, lucha por pacificar al país y en tal sentido llama a ciertos conservadores a colaborar en su gobierno e inicia un acercamiento a la Iglesia Católica convencido de que la pugna ha sido semillero de levantamientos e insurrecciones y de que la Iglesia agrupa a gran parte de los colombianos. Además, logra cierto equilibrio en la balanza de pagos, abarata el crédito estatal, regula el interés del dinero y derriba las trabas del comercio interestatal.
Pero, como ya hemos visto, con cada una de estas medias atropella a alguien: con la creación del Banco Nacional, (que se define como una institución mixta, administrada por el gobierno con accionistas particulares pero que en realidad es un banco oficial), perjudica a los banqueros que, en número de 42 trabajan en 1881. Se separan entonces de su lado independiente ilustres como Miguel Samper, gerente del Banco de Bogotá y Salvador Camacho Roldán, fundador del Banco de Colombia.
Este sector también sufre con la instauración del monopolio estatal para la emisión de moneda, que lesiona los intereses de quienes trafican con la moneda metálica y la consideran una mercancía. Núñez se empeña en convencer a los escépticos de la bondad de estas innovaciones, pero es tarea casi imposible. La política arancelaria protege a algunas pequeñas industrias y complace a los artesanos, sin embargo, disgusta seriamente a los grandes comerciantes y a los importadores.
Dice don Santiago Pérez (1950), eminente radical, en un artículo publicado en La Defensa, No. 28 de 1° de julio de 1880:
¿No habéis alcanzado a ver, en las disposiciones de la ley sobre el Banco Nacional, que a los colombianos se les ha despojado del uso de esa parte de su propiedad que se llama su crédito; y que a los Estados se les ha arrebatado esa parte de su potestad legislativa con que han podido autorizar y habían autorizado el establecimiento de los bancos?
¿Tenéis acaso la menor duda de que el tal Banco Oficial no pasará de ser, cuando se funde, el sumidero de los millones del empréstito; cuando funcione, la perturbación de todas las transacciones legítimas; y cuando se hunda, la ruina del tesoro y de las fortunas privadas?
¿A vuestro conocimiento no han llegado insinuaciones socialistas hechas a los artesanos de la capital, pintándoles el proteccionismo aduanero como una restitución a que ellos tienen derecho, y tratando de resucitar en ellos ardores que veintisiete años ha, fueron apagados con la sangre de ellos mismos y con la sangre de sus compatriotas? (p. 285)
Y en el Repertorio Colombiano dice don Carlos Martínez Silva (1880) refiriéndose al proyecto proteccionista:
Pero lo diremos también con franqueza: no es el error económico lo que más preocupa, que al fin solo significaría un terrible gravamen para la república, el cual no podría durar mucho tiempo por su misma enormidad. Lo grave del asunto es que detrás de este proyecto asoma la cabeza la cuestión social, preñada de amenazas y peligros de todo género. Lo que se oye hoy en los talleres, lo que dicen las hojas volantes que entre los artesanos clandestinamente circulan, algunas de las cuales hemos leído por casualidad, son síntomas que espantan. ¿Por qué remover aquí estas cuestiones? ¿Por qué traer de Europa esa peste, fruto de su envenenada atmósfera moral, y que nunca puede ser espontanea en nuestro clima? ¿Por qué querer volver a las escenas de 1853, ya completamente olvidadas? (Volumen 1, p.273)
Sin embargo, el entendimiento con la Iglesia y la colaboración de algunos conservadores en el gobierno son las medidas que alarman verdaderamente al Olimpo Radical, pues teme que si se sigue por ese camino sus enemigos políticos intenten modificar la Constitución de 1863 o peor aún, llegar al poder. Y, como don Tomás Rueda Vargas (1946) dice: “cada uno de los radicales se convirtió en sumo sacerdote para quemar incienso en el altar de Rionegro” (p.268).
En el Congreso de 1880 el diputado por Boyacá, Francisco de Paula Mateus, presenta un proyecto de ley por el cual se levanta el destierro impuesto a los obispos y se reconoce la renta a favor de las comunidades religiosas. La sola presentación de dichos proyectos anuncia un cambio en el espíritu con que se contemplan las relaciones entre las dos potestades y parece allanar el camino para futuras reformas aun cuando no fueron aprobadas en esa ocasión.
En cuanto a las relaciones con el conservatismo, Núñez, siempre lúcido, envía como ministro a España e Inglaterra a don Carlos Holguín, el político; y nombra Bibliotecario Nacional a don Miguel Antonio Caro, el ideólogo. (crf Quijano Walli, Memorias)
Dice Marco Palacios (2002): “Después de 1885 Núñez se vio forzado a aceptar el apoyo conservador conforme a la lógica tradicional de las alianzas partidistas, a pactar con la Iglesia y devolverle privilegios y prerrogativas de vieja data, debilitando por consiguiente el Estado que aspiraba fortalecer para unificar así a la nación” (p.81).
Desde muy temprano en 1881 empieza a agitarse la cuestión de las candidaturas presidenciales que trastornan a cuanto político se siente merecedor del cargo. Muy dentro del espíritu de la época, la primera solución que se les ocurre cuando encuentran competencia es organizar una guerra civil: hay levantamiento en Antioquia y Santander, y malestar general ante la perspectiva de nuevos pronunciamientos.
En el Repertorio Colombiano don Carlos Martínez Silva (1880) dice:
En Boyacá algunos independientes quieren como candidato para presidente de la república al señor Otálora, en el Cauca ha sido propuesto don Salvador Camacho Roldán, en Cundinamarca se habla del general Trujillo, en la costa suena el nombre de don Justo Arosemena, en Santander dizque se trabaja por el general Wilches; y no faltan independientes dispuestos a sostener al general Camargo (Volumen 1, p.335).
Asoman también las candidaturas de don Francisco Javier Zaldúa y del general Eliseo Payán. Pero la de Zaldúa se hace merecedora del apoyo oficial y muy pronto logra opacar a sus contendedores. Las malas lenguas dicen que Núñez prefiere al anciano señor Zaldúa porque lo ve muy débil y achacoso, cree poder manejarlo fácilmente y, en el peor de los casos, supone que el tiempo que le queda de vida no es demasiado y que por esa razón se hace nombrar primer designado.
El representante del directorio liberal de Cundinamarca don Luis Herrera C. escribe al general Solón Wilches una larga carta fechada en Ubaté el 18 de febrero de 1881. Dice así en uno de sus párrafos:
Si Núñez se ve perdido en la prórroga, trabajará por Zaldúa, haciéndose designado y si Zaldúa viene al poder, como ya está próximo a la tumba y sin duda no podrá desempeñar el puesto, entrará Núñez a reemplazarlo. Entonces por nueva elección se asegurará dos años más y con seis de mando conseguirá otra prórroga, que se prolongará en el tiempo, quién sabe por cuántos años más… Otra idea que tiene Núñez es la de dividir de tal modo la elección que no haya candidato que obtenga el voto de dos Estados y poder contar con el congreso venidero. (Archivo del Gral. Solón Wilches)
No obstante, Núñez asegura que en ningún caso aceptaría la designación. Además, él mismo ofrece presentar su renuncia en caso de que las Cámaras Legislativas consideren su mandato inconveniente para los intereses públicos. Los radicales, por supuesto, tratan desesperadamente de encontrar una persona que pueda enfrentarse con éxito a la inteligencia y la sagacidad de Núñez.
Sin presentar amenaza para nadie, el anciano doctor Zaldúa logra finalmente reunir a su alrededor a casi todos los movimientos políticos: a la Unión Liberal, que había sido lanzada pomposamente el 24 de abril de 1881; al radicalismo, a los independientes fieles a Núñez y aún a los conservadores. Este es un caso muy especial de aceptación unánime de una candidatura que no es popular en el sentido literal de la palabra, pero que parece contentar a todos por las cualidades cívicas y morales del aspirante. Así pues, en un acto democrático sin precedentes, se llevan a cabo las elecciones que colocan en la presidencia al candidato oficial.
Informe de Núñez en 1882
En el informe de Núñez de 1882 se nota el propósito deliberado de no demeritar ninguna de las administraciones anteriores y una actitud de respeto hacia el nuevo mandatario. Se refiere, en principio, a los logros de su administración, el primero de ellos el clima de respeto a “las creencias religiosas de los individuos que concurran a los establecimientos oficiales de instrucción pública”.
Núñez menciona también el establecimiento del Banco Nacional, la emisión de moneda de níquel y la introducción de barras de plata por cerca de setecientos mil pesos, medida que contribuyó a la baja del interés del dinero.
En cuanto a las obras públicas, le interesa destacar la construcción del ferrocarril de Girardot, cuya construcción se contrató con el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros y el impulso al de Antioquia, cuyo primer tramo acababa de ponerse en servicio. La navegación por los ríos Lebrija y Sinú, así como el estímulo a las ferrerías de Samacá y La Pradera en los Estados de Boyacá y Cundinamarca, que pronto empezarían a producir los primeros rieles.
Sin embargo, al lado de los problemas domésticos, el gobierno informa que ha tenido que afrontar otros gravísimos de orden internacional. Se debía escoger entre dos imperialismos: por un lado, el europeo, deseoso de dominar los mercados latinoamericanos y adquirir sus materias primas; y por el otro, el norteamericano, que mira con codicia el itsmo de Panamá y ve al Caribe como su “patio trasero”. Ante esta doble amenaza, Núñez aconseja prudentemente parapetearse tras la Doctrina de Monroe para enfrentarse a los países europeos, pero sin entregarse tampoco a los Estados Unidos. Otro frente era el arreglo de las cuestiones limítrofes con casi todos los vecinos: Venezuela, Costa Rica, Perú y Ecuador.
El informe del presidente Núñez es altamente positivo. El clima político de la república es alentador, pues se vislumbra un cambio respecto a las épocas intransigentes del radicalismo. El país entero está agotado: las revoluciones continuas, las pugnas partidistas, el clima de constante zozobra han drenado las energías de los colombianos. Una nueva época de sosiego es anhelada por casi todos. Aun aquellos que ven en las luchas armadas la única manera de gobernar o de enriquecerse, parecen haber llegado al límite de sus fuerzas.
El balance de esos dos años de gobierno muestra un cambio completo en las costumbres políticas. Hay que reconocer que el clima de tolerancia y el apaciguamiento de las pasiones que ha propiciado el doctor Núñez es un bálsamo para la república, desangrada por años de guerra civil.
El balance económico también es positivo. La pacificación del país, unida al ordenamiento económico promete épocas de prosperidad. Sin embargo, todavía hacen falta dos guerras civiles en lo que queda del siglo para que se pueda intentar una verdadera regeneración.
Colombia está todavía en un período de inmadurez política. Si el presidente Núñez ha imaginado poder someter al anciano doctor Zaldúa, los radicales deciden adelantarse a la situación y denunciar sus propósitos sean ellos ciertos o falsos: le hacen creer a Zaldúa que Núñez está decidido a usarlo para su propio beneficio y a través suyo gobernar al país. El doctor Zaldúa, de temperamento colérico, azuzado por los radicales y herido en su amor propio decide oponerse a cualquier iniciativa de Núñez. Aún más, Zaldúa le cobra a Núñez una feroz animadversión con gran alegría de los radicales que ven llegar la hora de su venganza. Por su parte Núñez, orgulloso también e implacable, empieza una táctica de acercamiento al Senado, donde logra un grupo de partidarios dispuesto a seguir sus instrucciones.
El día del cambio de gobierno ha llegado. Zaldúa escoge para posesionarse la Catedral Primada, pues se espera gran cantidad de público. El presidente del Senado, don Ricardo Becerra, le otorga la posesión. Núñez dirige a Zaldúa un mensaje donde, como dice Indalecio Liévano (1946) “la más noble gallardía lindaba a veces con la humildad” (p. 194). Pero la respuesta del nuevo presidente es desabrida y llena de intenciones aviesas. Dice entre otras cosas: “Dios, la historia y vuestra conciencia serán los jueces imparciales que decidirán sobre la conveniencia o inconveniencia, la legalidad o ilegalidad de vuestros actos de gobierno; aguardad, señor, con resignación esos fallos, que serán justos e imparciales” (p.194, Diario Oficial, abril 6 de 1882)
Rafael Núñez se muestra inflexible, no está dispuesto a esperar con “resignación” el fallo de la historia. Él está convencido de la bondad de sus ideales, sabe que le falta mucho por hacer y está resuelto a hacerlo, cueste lo que cueste. Abandonar la lucha no es una posibilidad. Entre tanto, Zaldúa nombra su gabinete. El senado niega la aprobación a los secretarios radicales y acepta únicamente a los independientes. Entonces, Zaldúa nombra a uno nuevo, pero Núñez ordena su rechazo. Zaldúa encarga a los Subsecretarios, mientras que el Senado expide una ley por medio de la cual se debe también consultar su nombramiento. Así, se niegan los cargos diplomáticos y se demora la aprobación del presupuesto. El presidente Zaldúa no puede gobernar.
Al radicalismo ya no le queda sino un camino: la violencia. Esta situación revive, con casi 100 años de atraso, la creación en Francia del siniestro Comité de Salud Pública. La Revolución Francesa había dicho: “…ha llegado el momento de organizar momentáneamente el despotismo de la libertad para aplastar el despotismo de los reyes”. Ese pensamiento había creado el Comité, mucho más absoluto que la monarquía y además, sanguinario y fanático.
La Sociedad de Salud Pública Colombiana recurre también al asesinato, la emboscada y al terror. Creyendo revivir las horas definitivas de una revolución que había cambiado al mundo, incita al asesinato, organiza ataques a conservadores e independientes, y publica listas de los ciudadanos que deben eliminarse, una de ellas encabezada por el nombre de Rafael Núñez, “tirano liberticida”.
Uno de los condenados es el doctor Ricardo Becerra, agredido una noche en que se encuentra acompañado por don Alberto Urdaneta; los dos notables conservadores escapan de las balas de la Sociedad, pero la impresión de este atentado en la ciudadanía bogotana es tremenda. Crece la certidumbre de que cualquier crimen es ya posible.
La Salud Pública se propone entonces asesinar a los senadores partidarios de Núñez. Frustrado este plan por la rápida acción del doctor Felipe Paúl, encargado de la Secretaría de Guerra, se decide eliminar a los dos personajes.
Muy citada es la narración que don Máximo Nieto hace de ese intento en su libro “Recuerdos de la Regeneración”, publicado en Bogotá en 1924, en el cuela describe como Núñez, que había sido advertido oportunamente, espera la llegada de los asesinos vestido de etiqueta y con las puertas de su casa abiertas de par en par.
Zaldúa destituye a los generales independientes y los reemplaza por amigos suyos: es la amenaza de guerra civil. Entonces Núñez hace negar el permiso que solicita el presidente ya muy enfermo, para ejercer sus funciones en el municipio de Tena, en un clima más benigno. Esta negativa que es inútil, imperdonable y cruel, precipita la muerte del doctor Zaldúa, que había dicho: “…acepto la candidatura como mi sentencia de muerte, porque creo que el ejercicio de la Presidencia, superior a mis fuerzas físicas y morales, acortarán la escasa vida que me resta. No obstante, hago el sacrificio de ella con toda voluntad” (Memorias de Quijano Wallis). Núñez debió recordar siempre esas trágicas palabras.
Al morir Zaldúa, el 21 de diciembre de 1882, el poder queda de nuevo en manos de Núñez. Pero él, sorprendiendo una vez más a sus adversarios declina la primera magistratura y llama al segundo designado, el señor José Eusebio Otálora, con él firma un pacto secreto. En seguida se va para Cartagena a encontrarse con el amor de doña Soledad Román.
El compromiso firmado entre Núñez y Otálora obliga a éste a trabajar por la presidencia de Núñez para el próximo período, (1884-1886). El intermediario de este pacto de honor, que no se mantiene en secreto, es don Leonidas Florez, quien se traslada a Cartagena para pedir la opinión de Núñez. Otálora es reelegido por la mayoría independiente del Senado en las sesiones de 1883, para que continúe en el poder hasta el 31 de marzo de 1884, cuando debía terminar el mandato el doctor Zaldúa.
Al poco tiempo de iniciarse el mandato de Otálora, los radicales, conociendo la debilidad de carácter de don José Eusebio, envían a dos de sus más astutos conductores, Felipe Zapata y Aquileo Parra, para ofrecerle su apoyo en las próximas elecciones. Así lo tientan con la prórroga de dos años más de gobierno sugiriendo que se olvide de la palabra empeñada a Núñez. El presidente Otálora vacila, creyendo que desde su puesto contará con el apoyo de la fuerza pública y de los agentes que el ejecutivo tiene en toda la república.
Sin embargo, a finales del mes de julio Otálora se entera que los conservadores inspirados por Carlos Holguín no apoyan su elección, como tampoco “liberales tan caracterizados como los señores Miguel Samper y Salvador Camacho Roldán” (Galindo, 1900, p.235). Gracias a esta revelación, unida a la renuncia que le presenta su gabinete el 2 de agosto, el presidente Otálora recapacita y declina el ofrecimiento de los radicales. Al ver frustrados una vez más sus planes de acabar con Núñez, los radicales se vengan estúpidamente de Otálora y lo acusan ante el Senado por la compra de un carruaje para el servicio de palacio.
Es así como el radicalismo candidatiza al general Solón Wilches, el “León del Norte”, pero los radicales no cuentan con la actitud del partido conservador que ve en la política preconizada por Rafael Núñez una mayor probabilidad de entendimiento, pues temen que recomiencen las persecuciones a la iglesia y se reinstale el clima de intransigencia política. Así que, puestos a escoger, los conservadores prefieren las tesis nuñistas y se alían con los independientes para las elecciones de 1883. De manera que Rafael Núñez es elegido nuevamente para gobernar al país: su período terminará, si Dios quiere, en 1886.
Una vez más, Núñez toma una actitud desconcertante, pues deja encargado del poder al Primer Designado, señor Ezequiel Hurtado y se va para Curazao con doña Soledad. Este paréntesis obliga a los políticos a reflexionar, y de alguna manera, a enfrentarse con la realidad: los conservadores que están ansiosos por cobrar su respaldo en las elecciones se quedan sin botín político.
Esta situación separa el oro de la escoria y los conservadores antinuñistas truenan desde los periódicos, entre ellos don Carlos Martínez Silva. Se plantea entonces una división de acuerdo con las simpatías por el presidente. Es preciso enfatizar su importancia, ya que la división entre “históricos” y “nacionalistas” es definitiva para el futuro del partido conservador y marcará su política en los próximos treinta años.
En el otro bando también hay movimiento: los independientes que ven con inquietud la alianza con los conservadores sienten la necesidad de unirse para enfrentar el peligro de un partido conservador fortalecido. Por su parte, los radicales se marginan de la política de transformación más obcecados que nunca, se empecinan en resaltar sus errores, defienden la Carta de Rionegro y de esa manera que firman su sentencia de muerte.
En el colmo de la desesperación, se propone al Designado que declare vacante la presidencia y se encargue él mismo del poder traicionando a Núñez. Pero no hay tiempo para eso, pues pronto llega una comunicación del presidente anunciando su llegada. No viene solo, lo acompaña su esposa, doña Soledad Román.
El lunes 11 de agosto de 1884, Rafael Núñez se posesiona de la presidencia. Es su segundo mandato, pero las circunstancias son muy diferentes ahora comparadas con las de 1880. Por un lado, la crisis económica es todavía más angustiosa, los partidos políticos están desorganizados y listos para cualquier evolución, y por otro, Núñez tiene enemigos por todas partes. De ahí que Núñez insista en un acercamiento al Olimpo, donde ofrece la Secretaría de Gobierno a Felipe Pérez, pero este jefe radical la rechaza. Entonces, Núñez propone a don Aquileo Parra un convenio en el que él se retirará del poder si el radicalismo colabora en la reforma de la Constitución. La insistencia del presidente se acentúa con el llamado al general Eustorgio Salgar, de nuevo ofrece su renuncia si la Constitución es reformada en los artículos atinentes a la centralización de la legislación civil y penal, la centralización de la legislación electoral, la reanudación de las relaciones con la Santa Sede y la ampliación del período presidencial.
[1] Expresión de origen francés que literalmente traducida significa «dejar hacer, dejar pasar», identifica una doctrina económica basada en la proposición de que el funcionamiento de la economía debe dejarse al libre juego de la Oferta y la Demanda, evitando la intervención del Estado o de cualquier autoridad.
BIBLIOGRAFÍA:
Galindo, A. (1900). Recuerdos históricos de Aníbal Galindo, 1840-1895. Bogotá: La Luz. 296p.
Pérez, S. (1950). Selección de escritos y discursos, Volumen 81 de Biblioteca de historia nacional. Colombia: Librería Voluntad. 347p.
Martínez Silva, C. (1973). Capítulos de historia política de Colombia. Revistas políticas publicadas en «El Repertorio Colombiano». Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
Rueda Vargas, T. (1946). Visiones de historia. Volumen 97 de Biblioteca popular de cultura colombiana. Ministerio de Educación de Colombia. 314p.
Palacios Rozo, M. (2002). El café en Colombia, 1850-1970: una historia económica, social y política. Colección la Línea del Horizonte, Línea del horizonte. Bogotá: Editorial Planeta. 528p.
Liévano Aguirre, I. (1946). Rafael Núñez. Bogotá: Editorial Cromos. 438p.