Historia de Gabriel

Gabriel Suárez Orrantia

El 27 de agosto de 1919, un año después de haberse posesionado de la presidencia, don Marco Fidel Suárez escribe una larga carta a su Ministro en Washington, doctor Carlos Adolfo Urueta. En ella le cuenta los últimos acontecimientos políticos, le comenta la situación internacional y le informa acerca del Tratado Urrutia-Thomson. Al terminar le dice, como si este pensamiento le ahogara: “Los restos de Gabriel suben por el Magdalena.” Por un año ha esperado la llegada del cadáver de su hijo, por un año sus ojos se han dirigido a Orión, la estrella que brilla sobre la tumba de Gabriel, en la ciudad de Nueva York.

La historia de Gabriel Suárez no se ha escrito nunca. Pero quizás no hay que escribirla, basta solamente con leer su correspondencia de estudiante para comprender que su pérdida había de ser la pena mayor en la vida de su padre, Don Marco Fidel Suárez, a quien ningún dolor faltó. Pero de todos, la pobreza, las humillaciones y la injusticia; ninguno lo destrozó como la muerte de este hijo.

Gabriel Suárez había nacido en un hogar feliz en febrero de 1899. Don Marco Fidel se había casado con doña Isabel Orrantía y Borda en 1895. Ella era “una morena hermosa y recatada”, a quien idolatraba. Tuvieron dos hijos: María Antonia, nacida en 1896 y Gabriel. Marco Fidel había tenido una carrera vertiginosa y en ese momento era Ministro de Instrucción Pública del doctor Sanclemente. Después del 31 de julio de 1900, había dejado la política para retornar a su amada biblioteca. Pero, como decíamos antes, estaba escrito que debía conocer todas las penas: doña Isabel murió el 4 de mayo de 1901, cuando María Antonia tenía 5 años de edad y Gabriel 2. Quedó don Marco Fidel con sus dos niños, dedicado enteramente a su educación y cuidado.

Gabriel Suárez Orrantia. s.f. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara
Gabriel Suárez Orrantia. s.f. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara

De esa época es esta carta tiernísima, escrita con el mejor humor, en la que se dirige a los niños con la ceremonia más cumplida. Pasaban ellos las vacaciones de Navidad en una casa de campo, “La Trinidad”, cercana a Bogotá; María Antonia tenía 16 años de edad y Gabriel 13. Con ellos estaba Víctor Gómez, amigo de Gabriel, quien lo acompañará hasta la tumba.

Bogotá, 23 de diciembre de 1912

Señor don Gabriel Suárez

Sopó

Mi querido hijo, amigo y compañero:

Esta carta es para U., para Solita y para la niña y para todos los de esa casa, que hemos de rogar a la Santísima Trinidad ampare y prospere. Antier mandamos a Ezequiel un telegrama indicándole que envíe hoy lunes a Gorgonio con la maleta hasta Bogotá. Esta providencia tiene en mira disponer el envío de un fiambre o matalotaje que les corrobore un poco la Nochebuena, mi señor don Gabrio. Unos cuantos tamalejos, unos ladrillos de dulce, algo de pan o bizcochos y el remojo correspondiente de vinillo de consagrar. He aquí amigo e hijo mío, lo que probablemente henchirá esa maleta o lo que, si los apaches no asaltan a Gorgonio el plácido, llegará a vuestra casa y quizás aumentará un punto vuestras alegrías y contento. A propósito, espero que usted se digne reconocerme el derecho a esperar su Aguinaldo; y espero también que me sirva de expedito y seguro medido para solicitar el mismo derecho de todos los señores y señoras allí presentes, sin la menor excepción.

Saludará U. muy en mi nombre y con especial cariño a su amigo el señor don Víctor, por cuya felicidad hago votos, así como por la de Rovira, el sublime ronco. Mi amigo y señor don Gabrio, nada tengo que encargarle acerca de formalidad, obediencia, orden y trabajito; también a Solita dele mil recuerdos cariñosos y que descanse mucho y esté contenta, exigiéndole a la amadísima Marian una colaboración muy importante. Algo más todavía: una labor tan perfecta y completa en todo lo de la casa, que Solita no tenga que trabajar ni cansarse. A Ezequiel mucho cumplimientos y que no ceso de encomendarlo a la Verdad eterna, a fin de que lo cobije bajo su manto. De tránsito también saludos para sus colegas.

Amigo cariñoso y padre amante de ti, mi hijo

                                                                                              Marco Fidel.

En el año 1914, el señor Suárez fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores durante la administración del doctor José Vicente Concha. Gabriel tenía entonces 15 años de edad, un niño todavía, cuando empezó a tener los problemas de cualquier adolescente. Don Marco Fidel se preocupó muchísimo y escribió así a su amigo Víctor Gómez, quien entonces residía en Nueva York:

Bogotá, 21 de abril de 1917

Señor Don Víctor Gómez

Nueva York

Querido amigo:

Gabriel estuvo muy tonto el año pasado, tanto que su genio y costumbres se alteraron hasta hacer pensar en una enfermedad mental. Díscolo, desidioso, dejó el colegio y aprendió a decir mentiras, cuando antes no era capaz de decirlas. Se aficionó a una joven nada aceptable, después a otra cuya familia quiso atraerlo. Empleé el rigor y nada obtuve. Al final, él de suyo vio el peligro y se modificó, dejando esa inclinación y sometiéndose a acompañarme casi continuamente. Pero el colegio siempre se perdió y el muchacho está expuesto a malas compañías y perdiendo el tiempo. Cuando parecía enfermo pensé enviarlo a Norteamérica y los médicos estuvieron hablando de eso. Entonces escribí el negocio del viaje, escribiéndomelo así. Pero ahora que el niño se ha normalizado y que el Dr. Urueta se ha dignado espontáneamente ofrecerme llevarlo, me animo a hacerlo.

Quiero que su educación sea sumamente económica: que tenga lo necesario para vivir cómoda y decorosamente, pero nada de lujo ni de diversiones que no sean escolares. Quiero que viva interno y si es posible que sus vacaciones sean en el colegio. Si ayudando Ud. al Dr. Urueta y al señor Escobar en la tarea de colocar a Gabriel, cree conveniente señalar esta carta al Hermano Cristiano (sueño con esto), que haya de recibirlo, enséñesela a fin de que ese buen institutor conozca y comprenda puntualmente lo que deseo.

Suyo afectísimo.

                                Marco Fidel Suárez.

Así pues, Gabriel se embarca para Nueva York, donde encontró a su viejo amigo Víctor. Allí vive y trabaja por unos días, luego parte para Wilkinsburg, Pennsilvania, donde entra a trabajar como aprendiz en la planta de Westinghouse.

De esa época son estas cartas cruzadas entre padre e hijo:

Bogotá, 2 de junio de 1917

Señor don Gabriel Suárez Orrantia

Gabrio mío:

No me falta sino una media hora para mandarte mi recuerdo y mi amor en esta tarjeta, junto con mi permanente bendición. Ayer, primer viernes, consagrado al Corazón del Divino Jesús, le rogué con lágrimas que te me guarde, que te me ampare, que te defienda, que te bendiga, que te libre del pecado, que te infunda valor, que te de mucha comprensión y juicio y mucha energía para que trabajes y estudies y te libres de la ociosidad y malas compañías. ¡Ea! pues, bien mío, amigo mío, hijito de mi corazón: muy formal, obediente y estudioso. Muy pulcro, muy religioso, muy sencillo. Muy aseado, muy bien educado, muy económico; muy amante de tu familia, muy memorioso de los tuyos.

Tu tía, tu hermana, tus parientes y amigos te recuerdan, te abrazan, y bendicen.

Cuándo recibiré carta tuya!

Adiós, amado amigo. Sé bueno. Dios te guarde y acuérdate de tu papá.

                                                                                              Marco Fidel.

Gabriel le contesta llamándole “Pachito”, que era el sobrenombre cariñoso usado por la familia:

Marzo 13 de 1918

Wilkinsburg, Pennsilvania.

Pachito mío muy queridísimo:

Su cartica de febrero último llegó a mis manos hace unos pocos días. No se afane sumerced por el frío del invierno, que si bien es cierto que lo tuvimos riguroso, la protección de Dios, de mamá Rosalía, de mi madre, que veo a diario en todas partes, hicieron que no tuviera ni un dolorcito de cabeza durante la estación fría. Cuando a las seis de la mañana, en una de esas frías mañanas, salíamos casi corriendo a tomar el tren, yo invocaba a mis protectores para que me ayudaran, no me dejaran enfermar y me dieran energía para seguir trabajando y me la han dado.

Pachito, francamente, para levantarse de la camita cuando el agua se hiela en los cuartos, cuesta un violento esfuerzo. Un esfuerzo diario, pero pensaba interiormente “con esto no solo cumplo la voluntad de Dios, sino que enseño a mi cuerpo a obedecer a la voluntad”, y así me levantaba de un salto, encendía la estufa y me vestía. Ya no hace casi frío, tenemos un tiempo muy agradable, es casi primavera, no se necesita tener fuego en el cuarto.

He estado muy preocupado, bien mío, pensando en esas elecciones. Si viene esa cruz para sumerced, si el Señor dispone que sea sumerced Presidente para el próximo período, ¿qué hemos de hacer? Que se cumpla Su voluntad. Pero, por centésima vez se lo digo, aunque sumerced lo sabe muy bien, yo quisiera verlo a sumerced lejos, muy lejos de la política colombiana. Esa presidencia es un sacrificio que sumerced hace y un sacrificio muy, muy amargo. Hace algunos años, una tarde en su cuarto, ¿recuerda sumerced? se lo dije. En cierta manera tengo yo y tenemos todos nosotros que pensar aparentemente cosas distintas acerca de eso. Esto es: Y ahora, no! Yo no quisiera ver a Pachito en esa Presidencia. Sí, esa política es muy amarga. Y ahora más que nunca lo pienso así: ¿qué frutos, qué medios emplea? Odios, pasión, interés, venganzas, rencores y sucios negocios… Pachito, perdone por todos los disparates que he escrito.

Como vera por la carta a mi hermanita estoy ahora en el departamento de grandes motores y generadores. Es un trabajito pesado y llego a la casa rendido de cansancio. Así pues que tengo que terminar aquí.

Recuérdeme a mis amigos, a mis parientes, a todos mi cariño. Muchos besos y abrazos.

                                                                                                                                                                                                                              Gabriel.

Bogotá, 19 de abril de 1918

Señor Don Gabriel Suárez Orrantia

Wilkinsburg, Pennsilvania.

Amado hijo mío:

Nos ha venido una carta del señor don Vicente B. Villa, que ha sido para nosotros el mayor júbilo que hemos tenido hace mucho tiempo. ¡Qué dicha para mí ver las calificaciones que has alcanzado, Gabriel mío! Esto me compensa, amigo de mi alma, todos mis trabajos y tribulaciones. “Este hombre”, dicen las calificaciones, “se distingue por su aspiraciones, aptitudes, docilidad, espíritu de observación; es un buen trabajador.” Dice también que eres obediente y buen amigo de tus compañeros. Muy bien, mi Gabrio. Gracias a Dios. Gracias a la Santísima Virgen y a todos los ángeles y santos a quienes te encomiendo. Gracias a las almas benditas de tu mamá y de tu abuelita. Gracias a ti, bien mío, gracias a tu bondad, a tu aplicación, a tu amor, a tu energía, a tus virtudes. Dios te bendiga, te proteja, te guíe, dulce amigo, esperanza mía; báculo de mi vejez, consuelo de mis amarguras, compensación de mis dolores. Te abraza, te abraza, te abraza tu amigo, tu padre, tu agradecido.

                                                                                            Pacho.

Wilkinsburg, Pennsilvania. Mayo 7 de 1918.

Pachito idolatrado:

Recibí su carta del 6 de abril pasado hace unos pocos días y, ciertamente, como casi todas las suyas, me hizo llorar. Desde hace unos cuantos días no sé especialmente por qué, estoy bastante triste. De continuo, sin faltar una sola noche, me sueño con Colombia, en Bogotá. En estos sueños he ido varias veces en los lomos de “Rubí”, y de la “Gaviota” a la Trinidad, esa “tierrita de promisión”, como yo la llamaba. Ah! No dudo que los momentos más dichosos de mi vida los he pasado allá, en esa hermosa finca. Pero la esperanza, aún de volverla a ver es bastante remota… He terminado mis seis meses de departamentos manufactureros o de trabajo de taller, y hace pocos días fui llamado al departamento de educación, para resolver si quería ir inmediatamente a uno de los departamentos de pruebas, o si deseaba ir, por un mes a algún departamento especial. Yo escogí la planta eléctrica, y allí estoy ahora feliz. Es enorme, movida por turbinas de vapor. ¡Unos 10 000 caballos de fuerza! Diariamente consumismos 400 toneladas de carbón y unos 30 barriles de aceite y 20 libras de estopa. Estamos en plena primavera. En primavera, la bella estación. El próximo verano promete ser muy severo, pues ya se siente bastante calor. Hasta la próxima, querido mío, mil abrazos y besos de

                                                                                  Tu Gabriel.

Gabriel Suárez. s.f. Miniatura. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara
Gabriel Suárez. s.f. Miniatura. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara

Llegó el verano.

Y pasó el verano de 1918.

A fines de septiembre, Gabriel escribe a su acudiente, el señor Francisco Escobar, funcionario del Consulado General de Colombia en Nueva York.

Septiembre 16 de 1918.

Respetado don Francisco:

Esta tarde tuve el gusto de recibir su amable del (23?) junto con el cheque por los $31.95, que ya entregué y aquí le incluyo la cuenta con el O.K.

Me pregunta Ud., si ya estoy mejor; pues bien, no he mejorado mucho y me he tenido que estar varios días sin ir al trabajo. No sé exactamente qué hacer, pues si continúo mal, lo mejor será irme para allá, para ponerme en manos de un buen médico, a ver si no pierdo demasiado tiempo. Fuera de eso he gastado bastante dinero pues cada consulta del médico cuesta $1. Y he invertido así mismo algo en medicinas. En la actualidad no estoy bien aún. Espero que Ud. me conteste pronto y envíe algún dinerillo para comprarme el sobretodo y para ayudarme algo en esos otros gastos. Según como siga, en la semana entrante, en los primeros días, le avisaré a Ud. sobre lo que haya resuelto hacer. De todos modos escríbame pronto. Mis respetos a su familia. Su agradecido servidor.

                             G. Suárez

 

Wilkinsburg, Pa. Septiembre 29 de 1918.

Muy respetado don Francisco:

Recibí su muy amable del jueves 26 pasado, que mucho le agradezco. Como no he mejorado apreciablemente, ayer sábado me trasladé a Pittsburgh, conforme a sus instrucciones y me presenté en la oficina del Dr. Weller, quien al ver su tarjeta, me recibió muy amablemente y me dijo que tendría mucho gusto en introducirme al Dr. Swope, cuya consulta empezaba a las 2 p.m. A dicha hora me presenté a su oficina, y tras alguna espera me presenté a él; estuvimos hablando bastante de Colombia y de su permanencia allá; después de detenido examen encontró que tenía algo mal la digestión y un poquito turbado el corazón. Me recetó dos remedios y me dijo que me quedara esta semana sin ir a la fábrica, a la cual estoy ya excusado con un certificado del Dr. Sankey, a ver cómo seguía y que volviera a verlo al fin de esta semana entrante.

Como le dije en una de mis anteriores yo estoy sin dinero, pues, a causa de mis vacaciones tuve un pequeño descuento y además de eso he tenido algunos gastos aquí, de manera que no le pagué el valor de su consulta. Espero que Ud. me mande algo para el sobretodo y un par de zapatos altos, etc., y de eso pienso sacar, o si Ud. prefiere enviarle directamente. Como a Ud. le parezca. El Dr. también me dijo que, por ahora, no le parecía necesario que me fuera a un hospital, que aguantáramos a ver cómo seguía. Ayer me sentía un poquito mejor que hoy y, aunque pasé buena noche, hoy estoy menos bien. Agradeciéndole mucho sus amabilidades, don Francisco y esperando saber pronto de Ud., soy como siempre su agradecido servidor.

Mis respetos a su distinguida familia. Le suplico me excuse esta clase de papel y las numerosas faltas.

                     G. Suárez

 

419 Whitney Ave. Wilkinsburg Pa. Octubre 3 1918.

Muy respetado señor:

Recibí su muy apreciada del 1 de este mes, junto con el cheque por $40, que mucho agradezco. Obtuve un sobretodo de $30 y un calzado de $6 y los $4 restantes casi se me fueron en mis gastos de medicinas y en otros pequeños. Con el Dr. Weller me vi ayer que fui a Pittsburgh, le di saludes de Ud. y me dijo que se los retribuyera muy efusivamente por mi próxima, lo que con placer hago, me dijo así mismo que fuera a su oficina con toda confianza y siempre que los deseara. Muy amable conmigo.

El Dr. Swope me dijo que fuera a verlo el próximos sábado para decidir definitivamente qué es lo que tengo, etc. He seguido con exactitud su régimen pero en los pasados dos o tres días no me he sentido bien y, yo no sé, tal vez será por lo que es la primera vez que me siento enfermo y tan lejos de los míos, no he podido menos de sentirme triste.

Si mañana viernes tampoco estoy bien, iré a donde el Dr. Swope mañana mismo en vez del sábado y le comunicaré en el acto a Ud. lo que él diga, de todos modos. Le ruego presente mis respetos a los suyos y créame como siempre su servidor muy adicto.

                                                                       G. Suárez

 

Octubre 5 1918

Respetado señor:

He pasado una penosa semana porque ahora me ha atacado una fuerte gripa, que se me puede convertir en unos pocos días, o ya lo está, en influenza. Hoy fui a ver al Dr. Swope, muy amable conmigo dijo que aún no era necesario irme al hospital, pero que volviera a verlo el martes siguiente. He recibido correspondencia de los míos, en estos días, que me ha puesto tan nostálgico, abatido y triste que es difícil describirlo. A esto se une que la gente de Pittsburgh no es ni mucho menos tan sociable y “entradora” como la de Nueva York y Nueva Jersey y uno no consigue muchos amigos.

Así pues me atribula inmensamente el sentirme enfermo y verme solo. En cuanto a dinero como le expliqué en mi anterior, casi se me fue enteramente su última remesa en gastos justos y el pequeño resto en idas a Pittsburgh, preparación de las fórmulas, etc. El Dr. Swope me dio su certificado de incapacidad por ahora, para la compañía.

Acabo de recibir, enviada por Ud. una carta de casa conteniendo un escapulario. Mil gracias. Mis respetos a los suyos y le ruego me escriba pronto. Me veo tan lejos de los míos!

Como siempre, atento servidor. Conteste pronto, se lo ruego, y envíe a Miss Mc. Arten la dirección completa de su casa de habitación de Ud.

                                                                   G. Suárez

 

Octubre 9 de 1918

Respetado señor:

Estoy con influenza, según diagnóstico del Dr. Swope. Probablemente hoy me iré al hospital. Me siento muy mal, muriéndome. He pasado días y sobretodo noches terribles, y me siento tan solo y abandonado…

Su servidor.

                G. Suárez

Sepultura de Gabriel Suárez. Pittsburg, 1918. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara
Sepultura de Gabriel Suárez. Pittsburg, 1918. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara

El 14 de octubre de 1918 murió Gabriel Suárez en un hospital de Pittsburgh. Y el 18 de ese mismo mes, don Francisco Escobar escribió al señor Marco Fidel Suárez la siguiente carta:

Nueva York, Octubre 18 de 1918

Señor D. Marco Fidel Suárez

Bogotá

Distinguido amigo:

Sin valor para darle aún pormenores sobre la muerte de Gabriel, me limito en la presente a confirmarle el cablegrama en que le trasmití la horrenda noticia. Antes de comunicarle a Ud. la trasmití al Dr. Rafael M. Carrasquilla, confiado en que ese amigo y virtuoso sacerdote sabría desempeñar tan delicada misión mejor que nadie.

Le aseguro que se hizo cuanto fue posible por salvar a Gabriel de las garras de la muerte; pero ya Dios había dispuesto las cosas de acuerdo con sus santos designios sometiendo el alma de Ud. a esta nueva prueba. “A El, coronado de espinas, se dirige el que padece los dolores de la muerte, el recuerdo del bien perdido, la viudez amarga…” Para quien trazó esas líneas sublimes son innecesarias las débiles palabras mías.

Sepa, pues, solamente que siento como propia la angustia de su alma en esta hora terrible y que pido a Dios con todo fervor que le de las fuerzas físicas para sobreponerse a esta calamidad, ya que las fuerzas espirituales no le falten.

Con igual fervor he rogado por el eterno descanso del querido Gabriel y por el consuelo de los que lloran su muerte.

Amigo sincero y afectuoso.

                                               Francisco Escobar.

Meses más tarde llegó a las manos de don Marco Fidel una carta del sacerdote que asistió a Gabriel en sus últimas horas. Mezcla aterradora de consuelo y tortura. Para el corazón del señor Suárez, el saber que su amado niño había estado acompañado y sostenido por los auxilios de la fe, mitigaba el horror de saber que nunca lo volvería a ver. En esta carta que narra los últimos momentos de Gabriel, encontró don Marco Fidel el principio de su único consuelo: Gabriel no había muerto solo y había recibido los consuelos de su religión.

Pero, quizás el más bello de los testimonios de esta historia trágica es la carta que escribió don Marco Fidel a don Octavio Días Valenzuela, en ese momento Secretario del Consulado de Colombia. Hela aquí:

Gabriel Suárez Orrantia. s.f. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara
Gabriel Suárez Orrantia. s.f. Colección Particular. Foto ©ÁngelaLara

Reservada.

Bogotá, 10 N. 1918

Señor D. Octavio Díaz Valenzuela.- Nueva York.

Mi querido amigo: La pérdida de Gabriel me ha sumido en una amargura tan grande, que la considero como la mayor que he tenido en mi vida. Lo pero es que esta pena enormísima no pasa, antes me parece aumentarse y profundizarse en mi corazón cada día más. Y así es natural: la pérdida del único hijo es el mayor de los dolores.

La Biblia en varios lugares para ponderar un tormento moral usa de la comparación del “luto del unigénito”, como se ve en los profetas, especialmente en las páginas de Jeremías. Paul Janet, proponiéndose el problema del cual es el mayor de los dolores, dice que es la perdida de un hijo. En el caso del mío este dolor se me ha aumentado con varias circunstancias, como la ausencia de una tierra como esa, inclemente y extranjera; el ignorar yo los pormenores de esa muerte, que según parece arrebató a mi hijo, estando entre extraños sin escuchar ninguna voz amiga; el no saber yo siquiera quién le cerraría los ojos; el decirme que el ataúd de Gabriel viajó solo de Pittsburgh a Nueva York, sin ninguno que lo acompañara; y lo más horrendo de todo, dada mi fe religiosa, el ignorar a punto fijo si el pobre hijo mío tuvo los auxilios espirituales.

Ah! Qué torcedor tan cruel! Qué cáliz tan amargo este que yo apuro hace 33 días! Mis noches son sobre todo espantosas, el despertar no tiene comparación, el pecho se me despedaza de pensar en estas cosas. Me voy volviendo loco en estos momentos. Cada rato tomo el libro de oraciones y leo aquellas desgarradoras y fúnebres que sirven para recomendar el alma a los moribundos. Esas oraciones de los agonizantes las ofrezco a Dios y le suplico las reciba en su infinita misericordia por las que acaso faltaron a Gabriel. Siempre que puedo lanzo la vista hacia ese Norte inclemente donde está la sepultura solitaria de mi hijo y por la mañana, cuando madrugo a orar y llorar por él, levanto al cielo los ojos llenos de lágrimas en busca de las estrellas que brillan sobre la sepultura de Gabrielito, para lo cual Julio Garzón me ha hecho un mapita del cielo que me sirve en cada mes para saber cuál es la estrella de ese cenit, imán espantoso de mi corazón. Tengo sepultado este en el cementerio donde descansa mi pobre hijo, de manera que estoy domiciliado dolorosamente en esa tierra aterradora para mí e ingrata.

Me dicen que el niño estaba muy formal y aplicado al trabajo, que tenía las manos encallecidas, que prometía mucho. Hace algún tiempo que recibí calificaciones dadas por los superiores, y eran tan buenas y consoladoras, me daban tales esperanzas, que yo encontraba en esas esperanzas la compensación a mis amarguras y pesares, que hace muchos años son dueños de mi corazón. Ah! Cómo es de duro y triste tener frecuentemente cubierto de lágrimas el rostro anciano, y saber que ya no existe aquel que era considerado como el consuelo del porvenir y el apoyo de la vejez.

Amigo mío: no señale a nadie esta carta, y escuche mis encargos: averígüeme bien los pormenores de la enfermedad y muerte de Gabriel: dígame quién lo asistió, quién le cerró los ojos, quién compuso su cuerpo, quién lo despachó, quién lo recibió en la estación, qué Sacerdote ofreció por él el Sacrificio, en qué cementerio fue sepultado. Dígame si le pusieron el humilde epitafio que mandé y que dice: “Gabriel Suárez Orrantía (de Colombia). Nació en Bogotá el 2 de febrero de 1899. Murió en Pittsburgh el 14 de octubre de 1918. Deo Gracias.”

Ahora otro encargo. Yo pienso ir lo más pronto que pueda o a exhumar los restos (lo que dudo por estar embalsamado) o a estarme unos días cerca de él. Al efecto, quiero irme solo, sin que lo sepan, y tener en Nueva York quien me aguarde en el puerto y me lleve derecho a la tumba de Gabriel. He escogido a usted para que me haga este insigne favor. Cuidado con decirlo a nadie, cuidado! Enseguida usted me ayudará a buscar modo de vivir cerca al cementerio los días que allí esté. Sólo quiero ir a la sepultura, a la Iglesia de las exequias y nada más. Sólo quiero ver únicamente a usted para que me facilite este programa, y después de estar allí unos días volverme sin conocer nada ni ver a nadie. Con que guárdeme el secreto, que yo le avisaré oportunamente todo.

Soy de usted affmo. amigo,

                                                               MARCO FIDEL SUÁREZ.