Filólogo

Marco Fidel Suárez como Filólogo

Aunque don Marco Fidel Suárez es conocido en el mundo literario colombiano especialmente por su producción periodística “Los Sueños de Luciano Pulgar”, sus trabajos como filólogo, ensayista, orador y gramático son igualmente notables y por la excelencia de su factura ocupan un lugar preponderante en la historia de nuestras letras. Don Marco Fidel Suárez nació en Hatoviejo, Antioquia y con Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro cierra el triángulo de los grandes filólogos y lingüistas colombianos. Estudió en el Seminario de Medellín y en el Colegio del Espíritu Santo en Bogotá, en donde fue simultáneamente alumno y profesor. Fue varias veces Representante en la Cámara y Senador de la República, jefe del partido conservador, Ministro de Instrucción Pública, Canciller y presidente de la República de 1918 a 1921.

Hatoviejo era un pueblito formado por una “calle muy larga” habitada por las familias acomodadas en la parte baja y por las más humildes, los “ñoes”, en la parte alta. La calle se dividía en dos para formar una placita cubierta de césped, sombreada por árboles centenarios. Pero aún los “dones” de la “calle abajo” no deberían ser muy ricos, puesto que el Estado de Antioquia, por medio de una Ley expedida el 5 de diciembre de 1857, cuando Marco Fidel tenía dos años, eliminó el Distrito de Hatoviejo y anexó su territorio a Medellín por ser “sus rentas muy exiguas y la calidad de vida muy precaria.”

El 23 de abril de 1855, Rosalía Suárez una joven lavandera, tiene un niño hijo de uno de los “dones” de la “calle abajo” el joven José María Barrientos. Don José María pertenece a una familia cuyo árbol genealógico se remonta a la España del siglo XVI y que ocupa un puesto preeminente en la historia de Antioquia. Entre sus miembros están don Francisco Javier Barrientos, firmante de la Constitución del Estado Soberano de Antioquia en 1812 y don Alejandro Vélez Barrientos, gobernador en 1830. La choza donde vive Marco Fidel tiene tres habitaciones pequeñas, el piso de tierra y el techo de paja; la comparte con su madre Rosalía Suárez y más tarde con su hermana Soledad.

Rosalía Suárez trabaja incansablemente. Esa continua actividad la hace semejante a una abejita. Con ese nombre la recordará Marco Fidel en sus “Sueños” En efecto: Rosalía lava la ropa de los “dones” la plancha y corre a entregarla calle abajo. Amasa colaciones y dulces que lleva a vender o deja que los niños ofrezcan. Debe trabajar duro pues no tiene el apoyo de un esposo. Don José María no ha reconocido a su hijo por no molestar a su legítima esposa, doña Lucrecia Gutiérrez. Estamos a mediados del siglo XIX, las costumbres de la época no permiten que el hijo de una campesina entre a formar parte de una familia tan principal.

Rosalía lleva al niño a la antigua iglesita doctrinera todos los días. Allí se encuentra con el Padre Joaquín Tobón, cura párroco de Hatoviejo desde 1833. Marco Fidel no tiene un padre que vele por él, pero siempre encontrará apoyo y estímulo en los sacerdotes que lo conocen. La figura paterna es reemplazada por hombre de Iglesia, jóvenes y viejos, quienes aprecian su inteligencia y lo llevan a estudiar donde creen que sus facultades serán mejor aprovechadas. Hasta su muerte se sentirá atado con vínculos de gratitud a la Iglesia, que en sus días de infancia le protegió y brindó su apoyo.

El año de 1862, cuando Marco Fidel tiene 7 años, la escuela está cerrada por falta de maestro. Al año siguiente es nombrado Baltasar Vélez, nueve años mayor que Marco Fidel quien será siempre su amigo y protector. La escuela, como todo el pueblo, es muy pobre: por un informe del Jefe Municipal sabemos que asistían 25 niños, pero solamente había 5 mesas, 4 bancos, 56 “cuadros”, 1 silla y 2 aritméticas. Los biógrafos de Suárez hablan de la humildad de su origen, de su triste infancia y de su pobreza; pero los recuerdos de su niñez son alegres y tiernamente nostálgicos y siempre habla de los niños compañeros de escuela como sus iguales. Parecería que, en un pueblito antioqueño de mediados del siglo XIX, cuya escuela no poseía sino una silla, todos los niños debían ser igualmente necesitados.

A mediados de 1866, a los 11 años Marco Fidel va a estudiar a Fredonia y dos años más tarde a La Ceja al Colegio de la Santísima Trinidad, dirigido por el padre Sebastián Emigdio Restrepo. Todos sus profesores se admiran de su seriedad, de su memoria prodigiosa y su conducta irreprochable. En 1869, cuando tiene 14 años el padre José Joaquín Isaza lo acepta como becario en el Seminario de Medellín. El padre Isaza lo había conocido en Hatoviejo y había quedado muy impresionado por el silencio y la inteligencia del muchacho.

En la carta en la cual había pedido ser aceptado escribía: “Deseando yo, desde mi más tierna edad seguir la carrera sacerdotal, i como para llenar ese designio se requiere como requisito indispensable el ser alumno del Seminario …”. Es importantísima la afirmación del joven aspirante de que desde su más tierna edad ha querido ser sacerdote. Todas sus ilusiones están ancladas en la idea de servir a Dios. Todo el misticismo ingenuo de su infancia se va a concretar ahora en serios estudios que apuntan, casi sin excepción a su futuro sacerdocio.

Marco Fidel es alumno del Seminario desde 1869 hasta 1867. 8 años definitivos en la formación de una personalidad. Estudia matemáticas, historia, geografía, algo de francés, latín, teología dogmática y moral. Sagradas escrituras, derecho canónico y filosofía en todos sus aspectos. Más de la mitad de las asignaturas son de carácter religioso y muy serias para su edad. Pero necesarias para su formación doctrinal.

Ya para la segunda mitad de 1871 es nombrado catedrático. Lo sabemos porque su firma aparece en las actas de los exámenes, pero no sabemos cuáles eran, ni los detalles del nombramiento, ni las asignaturas a su cargo. En 1873, a los 18 años, enseña matemáticas y caligrafía con un sueldo de 12 fuertes. En su último año se matricula solamente en derecho canónico y teología dogmática. Ha pasado toda su adolescencia encerrado con sus libros. Con travesuras, claro está, con bromas entre compañeros, con paseos al río. Ha sido feliz, pues está en su elemento: los libros y los documentos viejos para estudiar y archivar.

Se ha dicho que Marco Fidel renunció a ser sacerdote porque “no se sentía digno de tan alta investidura”. Se ha dicho también que no fue aceptado por su nacimiento irregular: esta parece ser la verdad. En la solicitud para entrar al seminario justifica su pedido diciendo que “desde su más tierna edad”, ha querido ser sacerdote, pero sabía que el hecho de ser hijo ilegítimo lo hacía inaceptable. Quizás se tramitó la dispensa, pero la respuesta debió ser negativa.

Al terminar sus estudios Marco Fidel mira a su alrededor: Vacila entre ser maestro o minero, según refiere en “El Sueño de los Refranes”. Se decide por la docencia y a mediados de agosto de 1876 se emplea como director interino de la escuelita de Hatoviejo. El informe de un visitador escolar en 1878 describe así la escuela: “es de tapia muy espaciosa, situada en la parte occidental de la plaza i pertenece al Distrito de Medellín. A ella concurrían 84 niños que estudiaban lectura, escritura, aritmética, religión y zoología. El mobiliario constaba de 12 banco, 11 mesas, 1 tablero, 48 pizarras y 100 gises. Además 16 aritméticas, 23 gramáticas y 1 botella de tinta.

No debemos asombrarnos al saber que, en 1878, cuando se declara la guerra civil en el Estado Soberano de Antioquia, el joven maestro líe sus bártulos, abandone las pizarras, los gises y la botella de tinta y se aliste en el ejército como soldado raso.

Al salir de su mundo, aunque fuera el sencillo mundo de un maestro de escuela rural, tiene que tomar partido por sus principios que veía amenazados. Por esta razón cuando se le viene encima la realidad, hasta entonces solamente sospechada, se va a la guerra sin vacilación. Es una guerrita corta, pues no dura sino dos meses, pero con su participación en ella paga la cuota de colombiano revolucionario del siglo XIX (…)  Esta aventura marca en su vida una ruptura definitiva. Desamarra las ataduras campesinas y decide alistarse en las “montoneras” revolucionarias.

El mismo nos cuenta: “Armados de palos y escopetas, esperando los de fuera en la toma por sorpresa de la capital y los de la capital en grandes ejércitos de fuera, se presentaron en grupos casi inermes a la crueldad del general Rengifo”. El triunfante general ordena que: “se suspendan todos los directores de escuelas elementales que no sean liberal y decididos sostenedores del gobierno i si no hay personas de estas condiciones con quién reemplazarlos, hagan cerrar las escuelas e inventariar sus útiles y muebles”.

En el “Sueño de las alas”, donde cuenta estos episodios, recuerda la figura de su benefactor Manuel Uribe Ángel, quién lo estimulaba y animaba, facilitándole los libros de su extensa biblioteca y también la de Feliz Antonio Calle, “mi compañero asiduo en el estudio de la Gramática de Bello”. No era pues nuevo, el interés por las doctrinas gramaticales del sabio venezolano: vemos que lo estudiaba ya desde Envigado. Un año más tarde ese trabajo cambiará de una vez y para siempre el panorama de su vida.

Estimulado por su amigo Baltasar Vélez y empujado por su sangre trashumante decide probar fortuna en Bogotá. Recuerda a su antiguo profesor en el Seminario, el eminente gramático sonsoneño don Emilio Isaza, quién le había enseñado francés y castellano. Le escribe pidiéndole ayuda y consejo y unas cartas de recomendación.

Esperanzado, confiado, recoge sus libros, único capital y emprende camino. Mucho se ha especulado sobre las circunstancias de su viaje: entre las muchas leyendas que se han tejido sobre su pobreza se ha dicho que lo hizo a pie. Otros más radicales lo hacen marchar descalzo… Hay cierta satisfacción en mostrarlo desvalido y paupérrimo, quizás para que la ascensión al poder sea más dramática y el ejemplo más conmovedor.

El viajero llega a la capital una fría mañana de agosto, según nos cuenta. ¿Podría abrirse campo? ¿Encontrará trabajo? De nuevo se preocupa por su pobreza y por su propia figura, pero es un muchacho fuerte, joven, bien parecido, con su piel blanca y sus ojos negros vivos y penetrantes. Saldrá adelante, confiando en Dios.

Se presenta en el colegio del Espíritu Santo, con sus cartas de recomendación y sus Notas del Seminario. El colegio, acreditado entonces en toda la nación contaba con un grupo de profesores de la más alta calidad: patriotas y políticos que trabajaban por la formación de la juventud hasta entonces obsesionada por las guerras civiles. Suárez menciona a Miguel Antonio Caro, a Santiago Pérez, Juan Antonio Pardo, Aníbal Galindo, Clímaco Calderón. Ese mismo año Marco Fidel empieza, él mismo, a dictar clases. Entre sus discípulos están José Vicente Concha y Miguel Abadía Méndez. Se tropezará con ellos en el camino de la vida y no siempre serán sus partidarios.

Los intelectuales bogotanos eran de una cultura y un refinamiento inusitados que sorprendían a los visitantes extranjeros. La Biblioteca Nacional que había conservado los libros de los jesuitas, tenía cerca de 20.000 volúmenes. Se publicaban muchísimos periódicos, algunos de corta vida, pero que atestiguaban la inquietud intelectual de los bogotanos. Notable era Papel Periódico Ilustrado, publicado por Alberto Urdaneta, una joya de erudición y buen gusto.

Se discuten apasionadamente temas de filología y gramática, se habla en latín sin dificultad, se versifica con facilidad asombrosa y poetas románticos como Diego Fallón y Rafael Pombo mantienen a sus conciudadanos en perpetua admiración. Al lado de los movimientos poéticos florecen los humanistas, cuyos grandes exponentes son don Miguel Antonio Caro, traductor de Virgilio y don Rufino José Cuervo, quién en 1881 publica la tercera edición de sus Apuntaciones críticas sobre el Lenguaje bogotano; don Ezequiel Uricoechea, quién había sido profesor de gramática árabe en la Universidad de Bruselas escribe sobre el vocabulario y la gramática chibchas. Para el joven antioqueño llegar a esta ciudad y encontrarse con sus paradigmas debió ser deslumbrante.

En esos días de junio de 1881, se entera Marco Fidel del concurso que, con motivo del centenario de don Andrés Bello el próximo 29 de noviembre, ha promovido la Academia Colombiana y decide tomar parte. En el Anuario de la Academia está reseñada esa tarde inolvidable. Todo el público esperaba ansioso por conocer los nombres de los premiados y cuando el señor De Guzmán proclamó a Marco Fidel Suárez como merecedor del premio todas las miradas buscaron al desconocido vencedor hasta que éste bajó de la galería y subió al estrado a recibir el diploma. al hacerlo dijo: “Recibo este premio como un estímulo para hacerme digno de él”.

Don Miguel Antonio Caro fue nombrado en esos días como director de la Biblioteca Nacional, pero debió dejar su cargo por algún tiempo y nombró a Suárez como su reemplazo; allí trabajó durante algo más de un año. Para completar su vínculo con esa generación de sabios sirvió como amanuense a don Rufino José Cuervo.

El 15 de noviembre de 1882 pronuncia un discurso en la premiación de los alumnos del Colegio del Espíritu Santo; el tema de la disertación era El Carácter, pieza de gran erudición. Lo sigue un ensayo sobre El Progreso en el que ya se advierte ese estilo suyo tan profundo, claro y sencillo en el que nada sobra.

Ya había ganado su puesto en la literatura colombiana: En mayo de 1883, a los 28 años, los señores Miguel Antonio Caro y Carlos Martínez Silva proponen su nombre para individuo de número de la Academia. Al año siguiente la Academia Española confirma esa elección y lo nombra correspondiente suyo. Ocupó la Silla P, creada en esa fecha.

En 1885, al cumplir treinta años, entra de oficial Mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en reemplazo del Dr. Carlos Calderón, elegido Delegatario al Consejo Nacional Constituyente; era ministro don Vicente Restrepo. Y en ese mismo año, el 31 de enero, en la Casa de Antonio Pérez Dubrull, de Madrid, se termina de imprimir su Estudios Gramaticales, ampliación de su ensayo sobre la gramática castellana de don Andrés Bello. Publica también en El Repertorio Colombiano su artículo “El pronombre posesivo, muestra para una gramática histórica de la lengua castellana.”

En sus “Estudios Gramaticales,” Suárez expone las teorías de don Andrés Bello, analizándola minuciosamente, rastreando su origen, comparándolas con otros trabajos teóricos de gramáticos antiguos y modernos y sacando conclusiones sobre su aplicación. No siempre está en completo acuerdo con don Andrés y muy respetuosamente, como corresponde, rectifica y discute algunas de sus afirmaciones.

Se dedica a buscar y cotejar ciertos vocablos que le parecen interesantes y que le permiten explorar la historia de la lengua. Le apasiona el habla de la gente del común, que recoge cuidadosamente en trocitos de papel con su hermosa y menuda caligrafía, indicando donde y cuando los escuchó, para apuntarlos en sus diccionarios, con la idea de construir, cuando tuviera tiempo, una verdadera gramática histórica.

En una carta escrita en París don Rufino José Cuervo dice a don Miguel Antonio Caro: “Felicito a Suárez de corazón por la muestra de la Gramática Histórica y lo intereso para que no desmaye hasta darle fin. Los Estudios Gramaticales de Suárez los devoré: tiene infinitas cosas buenas y discretas; solo me da grima que me cite más de los debido con elogios que desespero merecer. Felicíteme a Suárez con la mayor cordialidad y deme razón de cómo va la Gramática Histórica que es un desideratum

El 10 de marzo de 1891 es nombrado por el presidente Carlos Holguín, Ministro de Relaciones exteriores e inicia su carrera como internacionalista. La impronta que dejo en las relaciones internacionales de Colombia no tiene parangón. Todos los tratados de límites, la definición de las fronteras, las relaciones con los diferentes Estados y gobiernos pasaron por sus manos. Celebra tratados de amistad, comercio y navegación con Alemania; de extradición con España, de extranjería y comercio con Francia y el 6 de septiembre de 1892 aprueba el tratado adicional al Concordato con la Santa Sede. Aprueba, También el Protocolo relativo a la famosa reclamación del súbdito italiano Ernesto Cerruti.

En 1895, el 15 de agosto, contrae matrimonio con doña Isabel Orrantia y Borda, prima del señor Caro. Ese mismo día recibe la condecoración de San Gregorio Magno.

Hay que anotar que desde estas fechas en adelante don Marco Fidel Suárez dedica su tiempo y su interés al mundo de la política, tan ajeno a su espíritu y a su formación. nunca olvidó su preocupación por las relaciones internacionales, pero se ocupó de mantener su liderazgo en el parlamento y en la dirección del partido conservador. Sentía que debía defender y proteger las grandes cuestiones católicas, y si no le había sido dado de hacerlo en el sacerdocio, pensaba que en el gobierno podría ser igualmente adalid de la Iglesia.

En el año de 1896 ocupa su curul en la Cámara como Representante por el Departamento de Antioquia y firma, en reunión de los parlamentarios conservadores, una proposición que lanza la candidatura a la presidencia del general Rafael Reyes; más tarde, en artículo publicado en el Nacionalista, explica por qué abandona esa candidatura y adhiere a la de don Miguel Antonio Caro. Es un momento confuso de la política colombiana anuncio ominoso de tiempos durísimos de guerras, pérdidas y traiciones. El anciano señor Manuel Antonio Sanclemente, una vez posesionado de la presidencia, nombra a Suárez como su ministro de Instrucción Pública y lo encarga también de la Cartera de Hacienda. Cumplido el golpe de Estado del 31 de Julio de 1900, Suárez escribe su famosa Protesta en el libro de Actas del Ministerio, se separa del gobierno y se va para su casa más desencantado que nunca.

En 1907 escribe sus comentarios a la novela Pax escrita por don Lorenzo Marroquín y don José María Rivas Groot. El “Análisis Gramatical de Pax” es un demoledor y a veces injusto comentario de los dislates gramaticales de la novela. El rigor de Suárez no le permitía apreciar algunas metáforas de la narración, cuando “analiza” la pura gramática su crítica es válida; no lo es tanto cuando con cierta sutil ironía, desbarata las licencias poéticas de los autores.

El 17 de julio de 1910, durante las festividades patrias, don Hernando Holguín y Caro lee en la Academia Colombiana el discurso titulado “El castellano en mi tierra”, un trabajo donde Suárez recoge decires y modismos antioqueños para buscar su origen y verdadero sentido. A pesar de la ortodoxia y de ser un gramático atento a la corrección y al buen uso de las palabras novedosas cuando los clásicos les han dado carta de naturaleza, no desdeña el habla común. Le apasionan los refranes, que estudia abundantemente y hace uso frecuente del lenguaje popular lo cual mantiene su prosa viva al encontrar siempre el giro deslumbrante y la expresión inesperada. Cree que nuestro idioma se nutre en sabias proporciones de arcaísmos y americanismo que lo hacen “vívido y bullente”.

En agosto de 1913 los parlamentarios conservadores se reúnen y “en atención a haber renunciado a su candidatura presidencial el señor Marco Fidel Suárez, la Junta adopta por unanimidad la del señor José Vicente Concha para presidente de la República para el próximo período y las de los señores Marco Fidel Suárez y Jorge Holguín para Primero y Segundo Designados, respectivamente.” Se aprueba también una proposición por la cual, en vista de la renuncia del Dr. Concha a la Dirección del partido, Suárez quedará como director único de los conservadores.

El 8 de septiembre el presidente Carlos E. Restrepo instala la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, creada por la Ley 9 de ese mismo año. Suárez es elegido presidente y Nicolás Esguerra vicepresidente. Otros miembros eran José María González Valencia, Rafael Uribe Uribe y Antonio José Uribe. Esta designación marca un cambio radical a la pérdida de Panamá de ahí en adelante y hasta el final de su vida. Ahora debe redactar los términos del tratado con el cual Colombia y los Estados Unidos intentarán reanudar sus relaciones después del despojo de Panamá. No es fácil, pues en Colombia persiste, como es obvio, un rechazo a todo lo que pueda significar amistad con el antiguo agresor. Este es el célebre tratado Herrán Hay, que después de mucho problemas y tropiezos se firmó en Washington el 6 de abril de 1914.

En septiembre de 1913 se lleva a cabo el Primer Congreso Eucarístico Nacional. En esa ocasión pronuncia su célebre “Oración a Jesucristo”, que es una obra maestra de la oratoria sagrada. La profundidad teológica, la claridad del pensamiento filosófico y la hermosura de los períodos clásicos están al servicio de un misticismo depurado y austero. Este discurso logrará para su autor un reconocimiento internacional. Digna de ser reseñada es la oración en alabanza a la Virgen de Chiquinquirá. En ella hace la descripción de la imagen pintada por Alonso de Narváez y relata el milagro de su portentosa renovación.

Entre los escritos sobre problemas internacionales se destacan los publicados durante la Primera Guerra Mundial. Era entonces Canciller del presidente José Vicente Concha y como tal luchó por mantener la neutralidad colombiana a toda costa, resistiendo valerosamente las presiones de Inglaterra inicialmente y más delante de los Estados Unidos. Estos documentos son modelo de elegancia y precisión y atestiguan el antiguo interés de Suárez por el Derecho Internacional Público, que había estudiado desde sus años en Seminario de Medellín.

Tres temas de Derecho Internacional deben destacarse: La Doctrina del “Respice Polum”, en el que analiza las relaciones que deben sostener Colombia con los Estados Unidos. La muy importante de la “Armonía Boliviana”, expuesta en el puente de Rumichaca, cuando se reunió con el presidente del Ecuador, Doctor Alfredo Baquerizo Moreno, en la que sostenía las enseñanzas del Libertador acerca de las relaciones entre los países latinoamericanos. Y la llamada “La Neutralidad de los pueblos” que forma, como él dice, otra especie de Doctrina.

Al terminar el mandato del doctor Concha la agitación política era intensísima, pues la situación económica del país era ruinosa y se discutía el Tratado Urrutia Thomson, donde se planteaban la posibilidad de normalizar las relaciones con el Estados Unidos y de exigir una indemnización por los daños sufridos por Colombia, tanto morales como materiales.

Al ser elegido don Marco Fidel Suárez como presidente de la República, principiaron para él años de problemas, humillaciones y angustias que desembocaron en su renuncia a la presidencia. Sus desventuras nada tienen que ver con su amor por la filología, pero esos años de prueba, cuyos amargos detalles no agregan nada al recuerdo de su talento, produjeron un espléndido fruto: Los “Sueños de Luciano Pulgar”, la obra que lo hizo pasar a la posteridad.