La biblioteca de Marco Fidel Suárez
En 1926 el doctor Próspero Márquez, siendo presidente de la Cámara de Representantes, presentó un proyecto de ley en honor y en favor de Marco Fidel Suárez, en el que se proponía que los libros de su biblioteca fueran comprados para la Biblioteca Nacional.
Dice Suárez en “El Sueño de las Alabanzas” al referirse a ese intento, tanto para agradecerlo como para rogar que no se lleve a cabo:
Si bien es verdad que ya he vendido los más valiosos de mis volúmenes, los que conservo me son tan caros y necesarios, que su falta me sumiría en soledad penosa.
Habituado a leer, recuerdo lo que dice la Vida del venerable Kempis, quien reducía sus aspiraciones a vivir “en un rincón con sus libritos”. También se me viene a la memoria lo de Rioja:
“Un ángulo me basta entre mis lares
Un libro y un amigo, un sueño breve.”
Así como aquellos versos del gran Quevedo:
“Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con los ojos a los muertos.”
Misterioso es el poder de los libros, voces mudas y perpetuas que inmortalizan el pensamiento. No tiene la materia otra forma que más se acerque a la inmortalidad, incluso el mármol y el bronce. Es verdad que los colores y facciones de la bella Cleopatra tuvieron mucha parte en una de las revoluciones de la historia antigua; y también lo es que los ojos de Lucía han inspirado uno de los cantos más bellos de esta edad; pero los humores y las membranas de que se compusieron esas bellezas pronto se acabaron, mientras el papel de que componen los libros persevera indefinidamente. El papiro perdura en los sepulcros de Egipto, y la planta que los produce ha seguido cultivándose en la Nubia y en Sicilia, cerca de las fuentes de Aretusa, donde los guardas cuidan esas cañas sagradas para sacar hojas como las antiguas, indestructibles si se quiere, como el papel que sirve desde hace muchos siglos.
Entre nosotros alguien ha dicho que los periódicos y las bibliotecas son cementerios del pensamiento, lo cual no es verdad, porque mientras haya un solo lector que sea, un solo entendimiento que perciba la voz del libro y el eco de las ideas que parecen dormidas, éstas viven y vivirán.
Las primeras posesiones reales de Marco Fidel Suárez fueron un lápiz, comprado por su madre en un mercado de Medellín y un ejemplar de la “Memoria sobre el cultivo del maíz”, de Gregorio Gutiérrez González, obsequio del padre Baltazar Vélez como premio a su talento y a sus virtudes.
Suárez había crecido en el silencio del seminario, entregado al estudio de los clásicos, de las vidas de los santos y de los textos de los Padres de la Iglesia. Y ya sumergido en el tráfago de la vida política, que le fue tan amarga, recurrió como a un bálsamo a los recuerdos de sus lecturas, a sus libros anotados con minuciosidad, al silencio de su biblioteca.
La erudición recogida en tantos años le permitía referirse a los problemas que se le presentaban con citas de sus maestros nunca olvidados. Él atribuía la hermosura de su prosa a la lectura de escritores de pulcro y hermoso estilo. Dice:
Pero valga la verdad, lo del estilo y el lenguaje no se obtiene tanto por medio de reglas y teorías, sino mediante mucho pensar y mucho admirar los buenos modelos. Ya Horacio dijo que para escribir bien hay que saber bien; lo cual es consejo de prudencia y de literatura. Y en cuanto a ejemplares, líbrenos la musa del idioma de pensar que esos modelos pueden tomarse de aquí y allí y aderezarse a granel y en montón. “Temo al hombre de un solo libro”, decía un superhombre, que fue tal vez el genio de Aquino. Busquemos un libro ejemplar que armonice especialmente con nuestra inclinación y nuestro gusto, pero que sea singular, es decir, excelente.
¿Cuál será él? Allí entra la discreción, que es sal de las virtudes y los talentos. Pero, al fin, y después de mucho buscar y gustar, lo probable es que el modelo, en vez de ir envuelto en brocados y de exhibirse deslumbrante, resulte presea de sencillez y verdad. (Suárez, Julio 17 de 1926, El Sueño de los Ciegos)
Grandes afectos unían a don Marco Fidel con la Biblioteca Nacional, donde trabajó como asistente de don Miguel Antonio Caro en 1880. Se empeñaron alumno y maestro en la creación de la Sala Americana, formada en su mayor parte por volúmenes que no estaban inventariados, en la clasificación científica de los libros, en la elaboración de catálogos y en la adquisición de novedades bibliográficas, actividades descuidadas desde hacía mucho tiempo según testimonio del señor Caro.
Cuando, el 31 de julio de 1884, don Miguel Antonio Caro pide licencia para entregarse a la organización de la Asamblea Constituyente, don Marco Fidel Suárez es nombrado, durante el tiempo que dure la licencia, Director Interino.
Para Suárez, los libros fueron además de consuelo, compañía, autoridad y refugio, cantera prodigiosa de la cual extrajo el material que unido a sus recuerdos y a las descripciones maravillosas de su patria conformaron el monumento que se construyó para sí mismo: los Sueños de Luciano Pulgar.
Había nacido Suárez en 1855 en una aldehuela antioqueña que se llamaba Hatoviejo y que más tarde, en honor del sabio venezolano, trocó su nombre por Bello. Hijo natural de una lavandera, se destacó desde niño por un amor extraordinario por los libros y el saber. Los sacerdotes de ese entonces, admirados del talento y las cualidades del niño campesino, le ayudaron a estudiar, primero en las escuelitas de Fredonia y La Ceja y más adelante en el Seminario de Medellín.
En 1877 Suárez abandona su sueño de ser sacerdote, pues la dispensa que había pedido a Roma a causa de su nacimiento irregular no ha tenido respuesta favorable. Se alista entonces en el ejército organizado para combatir al General Tomás Rengifo, una dura experiencia que le servirá muchos años más tarde para escribir una de sus páginas más hermosas. El general Rengifo había prohibido que su régimen volviera a sus empleos, así que el joven Suárez, imposibilitado para rertonar a su focio de maestro de la escuelita de párvulos de Hatoviejo, decide viajar a la capital. Auxiliado por su antiguo maestro en el Seminario, don Emiliano Isaza, Suárez llega “en un frío agosto” a Bogotá, provisto de sus calificaciones del Seminario y de cartas de recomendación dirigidas a don Sergio Arboleda y a don Carlos Martínez Silva.
Así, Suárez entra al famoso colegio del Espíritu Santo, regentado por el doctor Martínez Silva quien, impresionado por la actitud del joven antioqueño, le permite estudiar y simultáneamente enseñar algunas asignaturas. Tuvo entre sus discípulos a José Vicente Concha y a Miguel Abadía Méndez, personajes con los que se cruzará toda la vida.
Por esos años, como ya se ha visto, Suárez acompaña al señor Caro, que era también profesor en el colegio, en su trabajo en la Biblioteca Nacional y sirve de amanuense a don Rufino José Cuervo, aprendiendo de uno y otro lecciones de filología y gramática. En 1881, en una ceremonia muy solemne, el joven Suárez gana un concurso que había organizado la Academia Colombiana de la Lengua para conmemorar el Centenario de don Andrés Bello. El título que desarrolló fue “Estudio sobre la gramática de Bello”, tema que le había interesado hacía mucho tiempo. El premio de dicho concurso era la exaltación como miembro de la Academia. Tenemos, pues al joven provinciano, desconocido hasta entonces, lanzado a la fama de un momento a otro.
En 1885, el 19 de octubre, Suárez entra de Oficial Mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores en reemplazo del Dr. Carlos Calderón Reyes, que había sido elegido como delegatario a la Asamblea Nacional Constituyente. Cuando es elegido Presidente don Carlos Holguín, Suárez es nombrado Secretario en reemplazo del Dr. Antonio Roldán. En su calidad de Canciller, Suárez firma tratados, convenios y pactos cuyo análisis desborda la extensión de este prólogo. Baste decir que sus ejecutorias en el campo de los asuntos internacionales le ganan tanto prestigio, que el señor Caro, al posesionarse como Presidente en agosto de 1892, lo nombra también como su Canciller.
En 1895 contrae matrimonio con Isabel Orrantía y Borda. Muy poco dura su felicidad, pues Isabel muere cinco años más tarde, dejándolo a cargo de sus dos hijitos. De ah´en adelante, la soledad será su permanente compañía.
En 1897 funda con don Antonio Gómez Restrepo “El Nacionalista”, periódico destinado a sostener el gobierno del señor Caro y promover la candidatura de los señores Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín para la presidencia y vicepresidencia, respectivamente. Nombrado Ministro de Instrucción Pública por el Presidente Sanclemente, Suárez escribe su famosa Protesta por el golpe de Estado que derrocó al anciano mandatario el 31 de julio de 1900.
Al morir Isabel, Marco Fidel se retira de la vida pública, abrumado por la “viudez amarga”, según sus propias palabras. Muchos años pasan en los que él se olvida de la política, encerrado con sus amados libros, escribiendo y estudiando. Solo sale por breves días cuando el Presidente Carlos E. Restrepo lo nombra, nuevamente, Ministro de Instrucción Pública en 1911, pero por discrepancias por un nombramiento hecho por Suárez, renuncia a su cargo.
Los años siguientes están dedicados a consolidar y unir el partido conservador. Suárez siempre recordó esa época con orgullo y satisfacción, gustaba de llamarse a sí mismo “Campanero de la unión conservadora”. Se empeña en esta tarea en compañía de José Vicente Concha, a pesar de que no se entienden muy bien desde los días de la división conservadora entre históricos y nacionalistas. Persuadidos que solamente olvidando las antiguas deferencias, el partido conservador podría recuperar el poder después de los años del republicanismo, se forma una unión que mantendrá en el poder a ese partido hasta el año 1930.
En 1913, el 8 de septiembre, se instala la Comisión de Relaciones Exteriores, creada por la ley 9 de ese año. Tiene por objeto elaborar un proyecto de Tratado con los Estados Unidos que satisfaga a los dos países y que arregle sus relaciones después del despojo de Panamá. Suárez es elegido presidente y vicepresidente el doctor Nicolás Esguerra. Los otros miembros eran los señores José María González Valencia, Rafael Uribe Uribe y Antonio José Uribe.
En ese mismo mes, con motivo de la segunda asamblea general del Congreso Eucarístico Nacional, Suárez pronuncia la “Oración a Jesucristo”, una obra de gran hermosura, una de las más bellas páginas de la literatura colombiana, cuyo último párrafo reza así:
¡Oh Dios de amor y de poder! Da tus pies a los colombianos que queremos llorar sobre sus llagas los errores pasados; de las llagas de tus manos derrama óleo divino sobre las heridas de este pueblo; y en la llaga de tu corazón guarece las generaciones inocentes. No permitas que ningún colombiano sea siervo intelectual de enemigos extranjeros tuyos. Al darte en comunión eucarística en esta semana dichosa, tus sacerdotes repiten miles y miles de veces que eres Cordero de Dios que quita los pecados del mundo y lo pacifica. Danos, pues, la paz, la paz que es don tuyo y prenda de civilización terrenal y de eterna! ventura. (Suárez, 1913, p.11)
[Suárez, Marco Fidel. Boletín Cultural y Bibliográfico. Vol. 19, Núm. 03 (1982). Publicaciones Banco de la República.]
En 1914 firma, como Plenipotenciario, el Tratado del 6 de abril con los Estados Unidos. Suárez había trabajado mucho en su redacción, convencido como estaba de que, a pesar de la infamia de Panamá, Colombia no podía desconocer su situación respecto de los Estados Unidos. Su teoría del “Respice Polum”[1], no era compartida por algunos colombianos, que hubieran preferido un rechazo a cualquier intento de reconciliación con los Estados Unidos. Pero Suárez, más realista y menos ingenuo de lo que se ha hecho creer, contemplaba la situación geográfica de Colombia respecto de Estados Unidos y la consecuente dependencia económica, circunstancias que era imposible desconocer.
El 7 de agosto, como Presidente del Senado, da posesión al doctor José Vicente Concha como Presidente de la República. Concha lo nombra su Canciller, y en ese carácter lo acompaña durante todo el período. Es durante esta gestión que se revelan las grandes dotes de internacionalista del señor Suárez. Su labor al frente del ministerio para lograr que la neutralidad de Colombia sea respetada por las naciones beligerantes, es digna de todo encomio; difícil tarea pues las presiones de las dos fuerzas en conflicto alcanzaron proporciones increíbles. No obstante, Suárez escribe sus famosas circulares destinadas a la prensa, logra mantener el equilibrio entre las acusaciones de alemanes y aliados; y con una elegancia y una serenidad extraordinarias, libra al país de irrespetos y amenazas.
Su trabajo en la Cancillería le trae tal prestigio de persona ecuánime y ponderada, que le allana el camino para su candidatura presidencial. Así pues, en 1917 la presenta en competencia con la del maestro Guillermo Valencia, de la Coalición Progresista. Esta coalición agrupa a ciudadanos de los dos partidos y está dirigida por el general Benjamín Herrera y por los señores Eduardo Santos, Luis Eduardo Nieto Caballero, Alfonso Palau, Laureano Gómez, José J. Villamil y Eduardo Ortiz. Algunos de ellos, como veremos, serán sus antagonistas hasta el final de sus días.
Otro candidato, el doctor José María Lombana Barreneche, es lanzado por un grupo de liberales, encabezados por el doctor Laureano García Ortíz. El 10 de febrero de 1918 se verifican las elecciones en las que Suárez es elegido presidente y el día 27 se reúne el gran consejo electoral para verificar el escrutinio. Es así como el 7 de agosto Suárez se posesiona de la presidencia de la república, siendo el general Pedro Nel Ospina, su coterráneo y presidente del senado, quien le toma el juramento. Entristece a Suárez que treinta y tres senadores y representantes liberales, no concurran a la ceremonia.
Una pena terrible aflige en esos días a Marco Fidel, pues su hijo Gabriel Suárez Orrantía muere en Pittsburg donde había ido a estudiar ingeniería. Su muerte repentina a causa de la tremenda “spanish influenza”[2] sume al señor Suárez en un dolor inenarrable.
En 1919 se proyecta la conmemoración de la Batalla de Boyacá. Suárez, de vuelta a Bogotá después de su correría por la costa atlántica, se encuentra con el conflicto que se ha presentado a consecuencia de la compra en el exterior de algunos elementos para el ejército. Esta compra de uniformes y botas lesiona los intereses de los artesanos que organizan una manifestación de protesta. En el curso de ella, se enfrentan los manifestantes y los miembros de la guardia presidencial. Los artesanos echan piedra y gritan abajos al gobierno. De repente, sin que aparentemente sea dada la orden, la guardia presidencial dispara contra la multitud. Resultan cinco muertos y varios heridos.
Los sucesos del 16 de marzo trajeron como consecuencia la ruptura definitiva entre el Presidente Suárez y el directorio del partido liberal. Suárez reclama a Eduardo Santos por unas palabras publicadas en El Tiempo y se enfrenta también al doctor Alfonso López Pumarejo. La sombra de los artesanos muertos lo estristecerá para siempre y será una de las razones que lo impulsan en alejarse del poder.
El 17 de septiembre se lleva a cabo una manifestación pública para exigir la renuncia del Presidente, donde fueron oradores Eduardo Santos, Simón Araújo y Laureano Gómez. Una semana más tarde, se verifica otra manifestación de respaldo a su gestión, organizada por el directorio de la Unión conservadora. Y para acabar de complicar las cosas, se presentan las primeras huelgas, consecuencia de los movimientos sindicales iniciados en la costa atlántica.
Suárez, que continúa trabajando, sanciona la ley 120 sobre aviación militar en Colombia y se funda la empresa de aviación Soadta, en Barranquilla. Estusiasmado por el éxito del viaje a la costa atlántica, decide emprender otro hacia los departamentos del sur del país. El presidente del Ecuador, doctor Alfredo Baquerizo Moreno, al enterarse de este proyecto, decide ir a encontrarlo al puente de Rumichaca y celebrar conjuntamente el feliz término del Tratado sin límites. El 4 de abril de 1920 se lleva a cabo la ceremonia, donde los dos presidentes envían telegramas de saludo a los mandatarios de Venezuela, Perú y Bolivia. Es allí donde se esboza su famosa Doctrina Boliviana.
Para entonces, la crisis económica del país es aterradora. En el Congreso, la oposición a las medidas del gobierno es sanguinaria negando cualquier solución que el poder ejecutivo proponga. Suárez convoca al palacio presidencial una junta con los ministros de Hacienda y del Tesoro y los gerentes de los bancos nacionales y extranjeros, para estudiar las medidas necesarias. Pero la oposición está resuelta a no dejarlo gobernar y no se llega a ningún acuerdo.
El 27 de diciembre en la recepción al ministro plenipotenciario de Venezuela, doctor Domingo Coronil, Suárez pronuncia un discurso en el que plantea la llamada “Doctrina Suárez”, de paz y convivencia entre las naciones libertadas por Bolívar. Esta doctrina no lleva el nombre de su iniciador, porque los opositores de Suárez en el Congreso lo impiden acusándolo de imperialista y vanidoso.
Suárez estaba “unido con alfileres” a su cargo de Presidente. Ya en 1919 había propuesto al general Pedro Nel Ospina que se hiciera cargo del gobierno. Ospina rechazó la oferta, pues deseaba ser Presidente electo en el período que se iniciaba en 1922. En este momento, finales del año 1920, Suárez viaja a entrevistarse con el gobernador del Valle, el doctor Ignacio Rengifo, para proponerle que asuma la presidencia. Sin embargo, el Dr. Rengifo declina la oferta, pues la situación es de angustia extrema.
El año 1921 es año de elecciones y los ánimos están caldeados. Los prohombres liberales Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos, Luis Cano, Alfonso López y Luis de Greiff visitan al presidente Suárez y le piden garantías, pues acusan al gobierno de favorecer la candidatura del general Ospina.
Ya a mediados del año las relaciones entre el poder ejecutivo y el congreso llegan a su peor momento. En vista de esta circunstancia se precipita una crisis ministerial. El 19 de septiembre, quince días más tarde, Suárez logra rehacer su gabinete; pero la situación es insostenible debido a que en la Cámara de Representantes, el general Alfredo Vázquez Cobo dice que está de acuerdo con el representante Nemesio Camacho en que Suárez debe retirarse de la presidencia.
Simultáneamente continúa el forcejeo por el poder. Laureano Gómez es nombre de otro grupo del partido conservador proclama la candidatura del doctor José Vicente Concha. Ahora la guerra es a muerte, hay que “tumbar a Suárez” de cualquier manera, pues se sabe que el presidente ha vendido sus sueldos dada su difícil situación económica. Esta venta es calificada de “indigna” por sus enemigos, que lo acusan ante la Cámara, el 26 de octubre de 1921.
Enseguida, el presidente Suárez decide presentarse ante la Cámara, pues está convencido de su inocencia. Nunca fue un buen orador, tenía la voz muy débil y un acento antioqueño muy marcado. Su defensa es inaudible ante la gritería de las barras. Al terminar su discurso se refiere con oscuras alusiones a circunstancias de su vida privada que al ser expuestas con medias palabras no son comprendidas sino por sus amigos más íntimos. Dice don Marco: “En días como estos, el corazón se encoge y la mente se oscurece y una como nostalgia invertida invade al ciudadano que aspira tristemente a exportar caros despojos importados hace poco, para irse a buscar donde morir.” Quería recordar con estas crípticas palabras que sus sueldos habían sido vendidos con el objeto de “importar caros despojos”. Eran estos los restos de Gabriel Suárez, su hijo que había muerto en los Estados Unidos en 1918.
Entonces, se nombra una comisión encargada de investigar los cargos que se han hecho al presidente. Esta comisión estaba formada por los representantes José Manuel Manjarrés, Felix Betancourt y Julio Luzardo Fortul. El primero redacta el informe y el segundo adhiere a él: “se resuelve presentar la acusación ante el Senado.” El representante Luzardo Fortul se aparta del informe de la mayoría y pide que se archiven las diligencias, por no haber mérito de abrir causa criminal.
Por otra parte, un grupo de ciudadanos cree que la situación se debe manejar de otra manera; ya que conocen el interés de Suárez por el Tratado del 6 de abril, deciden proponerle que se retire de la presidencia cumpliendo ellos ciertas condiciones, entre ellas la aprobación del Tratado con los Estados Unidos.
Las condiciones suscritas por Suárez eran las siguientes:
1ra. Se hará elección de designados para ejercer el poder ejecutivo y ella recaerá en personas que se señalarán de acuerdo con la opinión del presidente.
2da. El gobierno decretará una prórroga del Congreso para que se ocupe en los asuntos que él recomiende.
3ra. Una vez hecha la elección de designados, como queda dicha, no habrá inconvenientes para que el actual jefe del poder ejecutivo se separe del puesto, dejando encargado el designado respectivo.
4ta. La Cámara de Representantes pondrá todo el empeño necesario para que el proyecto de ley sobre el Tratado con los Estados Unidos sea considerado y resuelto definitivamente en las actuales sesiones, en el menor tiempo posible.
5ta. Se continuará la investigación sobre la conducta del Presidente Suárez.
Esta Acta fue firmada por el presidente, y por los señores Artistóbulo Archila, Laureano García Ortiz, Esteban Jaramillo, Pedro J. Berrío y Nemesio Camacho.
Suárez está en el centro del huracán: las elecciones inminentes producen un furor político donde todos son adversarios; la coalición de antiospinistas, los liberales, la izquierda recién nacida que acusa a los liberales de sear solamente su parte en la burocracia, los ospinistas que se dicen sus amigos pero que lo han abandonado. Es la trama donde se tejerá un cambio político que por enredarse todos los hilos solo se terminará en 1930.
El 6 de noviembre el Congreso elige como primer designado al general Jorge Holguín y como segundo al doctor Jorge Vélez. Estos nombramientos enardecen a los liberales que conocen muy bien la inteligencia y la astucia del general Holguín. Este al que se califica de “zorro político”, no a va a permitir que la “jugada parlamentaria” se lleve a cabo con éxito. Según un personaje de la política liberal, la solución dada a la crisis era “un gran disparate”, porque se iba a cambiar un presidente conservador desprestigiado e impopular por el político más hábil que tenía el conservatismo. Lo mismo pensaba el general Benjamín Herrera, que vivía en Bucaramanga y que desaprobó toda la evolución.
El 9 de noviembre, Suárez envía al presidente del Senado una nota en que le avisa su separación de la presidencia, que no su retiro. En esta diferencia insistió siempre el presidente Suárez, quien se separa el 11 de noviembre. Y es cuando el primer designado, que él mismo había escogido, asume el mando. Así, cumpliendo lo prometido, el 24 de diciembre, por fin, es sancionada la ley 56 de 1921 aprobatoria de las modificaciones al Tratado Urrutia-Thomson.
Ya en 1922, el 12 de febrero, se verifican las elecciones para presidente, siendo elegido el general Pedro Nel Ospina. Por esos días, el señor Suárez escribe un folleto que titula “Honores y Deshonra”, en el que se defiende de las acusaciones recibidas. Ha llevado los originales a la imprenta de los padres salesianos, pero de allí son robados. Una tarde, cuando don Marco se encamina a la imprenta para hacer algunas correcciones, se encuentra con que sus escritos han sido publicados en carteles callejeros, entremezclados con caricaturas e insultos. En el infame suceso se encuentran complicados los señores Laureano Gómez, Alfonso López y Luis Samper Sordo, con todo la investigación no para en nada. Más tarde, se sabe que el principal acusado, un soldado llamado Aurelio Velandia de 27 años, se había suicidado tirándose al Salto de Tequendama.
Suárez, desencantado de todo y de todos vuelve por fin a su biblioteca. Se refugia en la compañía de sus amados libros. Y allí, rodeado de esos verdaderos y fieles amigos escribe, incansablemente los “Sueños de Luciano Pulgar”. Son ellos una serie de artículos en los que habla de su gobierno, de las “euménides” como llama a sus enemigos, de gramática y filología, en los que traerá hermosos recuerdos de amigos y relatos de viajes.
De este modo, el 11 de marzo de 1923, aparece “Un Sueño”, primero de la serie. Durante 4 años, dos veces por semana, publica sus sueños y ensueños, asegurándose para siempre un puesto en la historia de la literatura colombiana.
El 2 de noviembre de 1925, el representante Luis Salas B. por el distrito electoral de Manizales, presenta en la Cámara la siguiente proposición: “Hágase venir del archivo del Congreso el expediente levantado en el año de 1921 contra el señor Marco Fidel Suárez, para que se estudie y se resuelva a la mayor brevedad posible.” Los representantes Roberto Urdaneta Arbeláez y Alejandro Cabal Pombo piden aguardar a que la minoría liberal esté presente.
El 14 de noviembre la Cámara absuelve al señor Suárez. Portadores de la proposición de sobreseimiento fueron los representantes Alejandro Cabal, Luis Salas y Carlos Tirado Macías. El señor Suárez los recibe en su casa y al darles las gracias les dice:
Me devolveis la vida porque me devolveis la honra; nada tenía que esperar ya de mí; soy un anciano próximo a morir. La proposición aprobada por la honorable cámara y que vosotros me traeis, mas que por mí, me regocija por mis nietecitos. En lo sucesivo podrán levantar sus frentes sin que nadie, en justicia, les pueda decir que no descienden de un hombre honrado.
Estamos en 1926. Es presidente el doctor Miguel Abadía Méndez, quien nombra como su canciller a Suárez pero éste declina el ofrecimiento alegando razones de salud, las cuales son ciertas: su antigua diabetes lo atormenta y deprime. El 9 de marzo de 1927 publica “El Sueño del Padre Nilo”, su último escrito. Es una verdadera belleza por la tersura de su estilo y la gracia de su narración. En él recuerda, como en un postrer resplandor, sus aventuras en la guerra de 1877, en la persona de un tenientillo llamado Frutos Calamocha. Pareciera que ya cercana la muerte, se regocijara en la memoria de sus hazañas juveniles. El 3 de abril del mismo año, a las once menos diez minutos de la noche, muere don Marco Fidel Suárez rodeado de su familia. Sus últimas palabras son: “Ahora preparemos el alma. Dios dirá.”
En el Catálogo que el lector tiene en sus manos, encontrará los libros más amados por Suárez, fuente de sus conocimientos enciclopédicos: experto buceador en los mares de la literatura del Siglo de Oro, encontramos las poesías de Fray Luis de León, la Celestina de Fernando de Rojas, las comedias escogidas de Tirso de Molina, las obras completas de fray Luis de Granada, las comedias de Calderón, la colección completa de las obras de Quevedo, las de Lope de Vega, Santa Teresa, San Juan de la Cruz. Pero sobre todos ellos, sus trece ejemplares del Quijote, anotados y estudiados, amados, consultados, aprendidos…
Marco Fidel Suárez no tenía casi ningún apego por la literatura moderna o contemporánea, pero sin embargo encontramos un ejemplar de las poesías de León de Greiff y otro de los versos de don Antonio Gómez Restrepo. Entre los modernos prefería a Jovellanos y a Isla, y entre los contemporáneos a Valera. Sorpresivamente encontramos una novela escrita por una una mujer: se trata de Ifigenia, de Teresa de la Parra, a quien dedica unos párrafos en “El Sueño de las Alabanzas”.
En cuanto a los clásicos latinos, Suárez había aprendido a quererlos en el Seminario de Medellín; así que encontramos a Cicerón, a Tácito, a Horacio, a Virgilio. Allí, en una celda silenciosa se había formado en la lectura de César, de Salustio, de Tito Livio, de Séneca y de Ovidio. Leyó a Erasmo de Rotterdam y a Voltaire, a los autores de Romances y a Humbolt y Boussingault.
También se encuentran curiosas traducciones como las obras completas de Shakespeare en francés. Importantísima era en su biblioteca la sección dedicada a la lingüística y a la gramática: ante todo la Gramática de la Lengua Castellana, de don Andrés Bello y las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, de don Rufino José Cuervo. Estudios sobre el castellano de todos los países latinoamericanos.
Naturalmente, se hayan allí la gramática comparada de Franz Bopp, la gramática de Friedrich Christian Diez, los estudios de crítica literaria de Menéndez y Pelayo, el Manual de gramática histórica española de Menéndez Pidal y don Julio Cejador y Frauca, tan desprestigiado en la actualidad.
Asimismo hay libros de geografía y de viajes, algunos de medicina, pocos de ficción. La variedad de conocimientos de Marco Fidel Suárez, le permitía escribir sus Sueños respaldando un tema con otro; es decir, el teólogo apoya al historiador y al moralista, el filósofo asiste al humanista y al místico, el historiador al político y al filólogo.
Ese “cajón de sastre”, como él mismo llama a su biblioteca, llena de datos, recuerdos, apuntes y tesoros era la fuente prodigiosa de donde se nutrían sus Sueños, llenos de gracia y de donaire. Escritor de prosa transparente, tersa y sin esfuerzos encontraba siempre el giro novedoso, el arcaísmo evocador, la frase precisa. Todo ese material era producto de unos libros cuyo catálogo tendrá para el usuario el encanto de saber que fueron los interlocutores de Suárez cundo volvió, como don Quijote, a reanudar con ellos su coloquio inmortal.